Ahora gire la cabeza y el torso hacia el ventanal de la izquierda y luego, sin mover el cuerpo, intente mirarme. Así, muy bien. Sonría, tiene usted una sonrisa preciosa, ¿lo sabe? Quiero ver sus dientes bajo los labios. Hermosos labios, Mrs. Whitbread, si me lo permite. Tiene además una piel exquisita. Se notan los cuidados que le da. Le ruego que permanezca quieta mientras tomo notas para su nuevo retrato.
Rosalba estaba acostumbrada a este trabajo. Disfrutaba con cada nuevo
encargo. Intentaba sacar lo mejor de cada uno de sus clientes. Nunca
uno se marchó insatisfecho. Empezó con su tarea. Sacó un cuaderno
grande de bocetos y empezó a deslizar ágilmente su mano por la hoja
en blanco. Mistress Anne Whitbread estaba frente a ella. Era una
mujer atractiva y dulce pero ya los años y sus cinco hijos empezaban
a hacer mella en su piel y en su mirada. Rosalba podía recordarla
perfectamente hace quince años. Vino con su prima Elizabeth y le
encargaron sendos retratos. Sonrió con nostalgia recordando y
continuó con su boceto...
Dígame, Mrs. Whitbread ¿cómo está?. Me alegro mucho de verla
de nuevo. Sí, han pasado algunos años, pero veo que usted los ha
aprovechado bien. Tiene unos hijos bellísimos. La pequeña tiene su
mirada.
Mrs. Whitbread permanecía quieta. Rosalba tenía la mirada fija y
apenas pestañeaba. Parecía atravesar su cuerpo y Anne sentía su
alma expuesta ante aquella mujer. Pensó que por la pintora los años
pasaban más despacio. Y se vio a sí misma envejecida y mayor.
Recordó que su hermano le había dicho que la fama de Rosalba
Carriera se había extendido por toda Europa y que no había noble
que no tuviese o quisiese un retrato suyo. Quiso preguntarle si no se
había casado, pero sabía la respuesta. Elizabeth se la había
adelantado. Le dijo las Navidades pasadas que Rosalba seguía
recibiendo en la misma vivienda que cuando ellas la visitaron hace
años, y que su técnica había mejorado con los años.
Anne tenía un claro recuerdo de ese mes de agosto en Venecia.
Elizabeth y ella quisieron hacer el Gran Tour antes de que ambas se
casasen el año siguiente. Todos sus amigos habían recorrido ya
media Europa y les habían detallado los lugares a los que no podían
faltar. Era la moda, y era su última oportunidad de hacer algo
juntas antes de que el matrimonio las absorbiera. Tuvieron, eso sí,
que consentir la compañía de los dos hermanos varones de la
familia. Dos mujeres jóvenes solas por Europa no debían viajar, y
menos cuando estaban prometidas y su virtud podía verse en
entredicho.
Las dos primas nunca olvidarán el día que entraron en el estudio de
la signorina Rosalba. Era visita obligada, según les habían dicho,
y no podían salir de Venecia sin haber encargado un retrato a la
gran Rosalba Carriera.
Sus hermanos las dejaron en el piso
de la pintora. Ella les hizo entrar y las invitó a un té con
pastas. Rosalba sabía que los británicos agradecían esos pequeños
detalles que les hacían sentir como en casa. Luego les indicó dónde
debían situarse y qué pose debían adoptar. Les pidió que primero
se miraran de frente y luego giraran los rostros hacia el gran
ventanal que daba al canal, sin mover los cuerpos. Ellas obedecieron,
pero estarse quietas era muy aburrido. Empezaron a hablar y hablar
sobre los bailes a los que querían asistir, a los que las habían
invitado y a los que aún no, el disfraz que llevarían en la fiesta
del jueves en casa de Monsieur Lattheuri y qué ciudad visitarían
después de Venecia. Hacía mucho calor. Y Rosalba las animó a posar
con ropas cómodas, que al fin y al cabo estaban entre mujeres y
luego ella les pintaría vaporosos vestidos, encajes delicados y
todos los refinamientos que quisieran. Anne miró a su prima y se
quitó el vestido, quedándose con las enaguas al descubierto.
Elizabeth la imitó. Venecia era insoportable con su calor y su
humedad. Rosalba seguía pintando en su cuaderno, anotando los
perfiles de las chicas mientras éstas trataban de no reírse mucho
para no cambiar la pose. Rosalba sonreía. Tenía casi diez años más
que ellas, y las miraba fijamente, casi con benevolencia como si
fueran sus hijas.
Anne vio en una repisa de mármol de
la chimenea una colección de diez cajitas de las que su hermano
usaba para el rapé. Preguntó si podía levantarse a verlas. Rosalba
la dejó, ahora estaba con el retrato de la otra muchacha. Cogió la
primera cajita y su boca se abrió con sorpresa sin ella buscarlo.
Era de una delicadeza exquisita. Representaba tres mujeres casi
desnudas tomando lo que parecían ser unas uvas. La abrió con
cuidado y vio que estaba llena de tabaco molido. Con picardía y
ganas de travesura se la enseñó a su prima. ¿Lo
probamos? Rosalba lo observaba
todo sin decir nada, en silencio, seria, trabajando sobre los bocetos
que luego llevaría al lienzo. Las chicas cogieron con sus uñas un
poco de ese polvo que parecía reservado para los hombres y lo
aspiraron con decisión. Nadie se enteraría. Sería su secreto.
Rosalba las miraba en silencio, sin nada que objetar, centrada en su
trabajo. Las chicas empezaron a mirarse. Los encajes eran hermosos, y
Anne deslizó los dedos por el escote de su prima. Elizabeth bajó el
rostro y le besó los dedos. Rosalba seguía inmóvil, y ahora ya no
las mandaba estar quietas, simplemente las observaba y seguía
pintando sobre el cuaderno. Anne dejó al descubierto los pechos de
su prima y quiso tocarlos, pero Elizabeth se le adelantó cogiéndole
la mano y poniéndola sobre su pezón claro y suave. Observó que los
pezones de su prima era rosados y apenas se diferenciaban del resto
del pecho, y se sorprendió a sí misma destapando sus propios pechos
para compararlos. Anne los tenia muy oscuros y bien perfilados.
Los recuerdos ahí tienen una niebla que le hace dudar de qué
ocurrió realmente. Nunca lo habló con Elizabeth, pero aún cree
sentir en su espalda los dedos de ella recorriéndole la columna de
arriba abajo, para detenerse antes de descubrir las nalgas. Aún
siente, si cierra los ojos, la lengua de Elizabeth en su cuello
buscando un cruce de labios en un silencio que de pronto no se hizo
pesado ni molesto. Las chicas se miraban. Rosalba había desaparecido
para ellas.
Salieron del estudio calladas. Sus hermanos iban distraídos hablando
de las compras que iban a hacer al día siguiente. Anne y Elizabeth
se miraban en silencio, como con miedo, sin saber si mantener o
retirar la mirada. La incomodidad y los remordimientos se hicieron de
golpe presentes y pesados. Volvieron al cabo de una semana, justo
antes de partir de Venecia. Rosalba les tenía preparados los dos
retratos. Ellas los miraron. Se veían tan bellas que no supieron qué
decir. Reconocieron la nariz, los lunares y las miradas. Las primas
se miraron. Desviaron la mirada hacia la repisa de la chimenea. Allí
seguían las cajitas bien alineadas, perfectamente colocadas, como si
nadie nunca las hubiera tocado.
Anne se llevó a casa, como si de un error se tratase, el retrato de
su prima. Y lo colgó en su alcoba, cerca del secreter donde guardaba
con llave las cartas y los diarios. Cuando Elizabeth abrió su
paquete ya en casa y vio los ojos dulces de Anne mirándola sonrió.
Colgó el retrato en la salita donde luego pasaría las horas
cosiendo y charlando con sus visitas.
Al llegar el invierno Anne acudió sin muchas ganas a la boda de su
prima. El novio la miraba de tal manera que Anne sintió asco.
Buscaba la mirada cómplice de Elizabeth pero ésta se la negó. Anne
se casó el junio siguiente tal y como estaba anunciado. Sólo tuvo
ojos para echar de menos a quien con un embarazo avanzado no estaba
entre los asistentes. Al llegar la noche mientras su recién
estrenado esposo la desnudaba, Anne no quitaba la vista del retrato
que la miraba fijamente desde la pared.
Anne enviudó en su quinto embarazo. No lloró a ese hombre en el que
veía más un amigo de su padre que un marido. En el entierro decidió
que el verano en que la niña llevaba dentro cumpliera cinco años
haría un gran viaje con ella. Ya viuda, nadie le echaría en cara la
ausencia de varón a su lado.
Mrs. Whitbread, si me lo permite quiero hacerle un regalo.
Anne observó cómo Rosalba le extendía la mano y en ella había una
pequeña cajita con la tapa de marfil y sobre ella, pintadas, tres
hermosas doncellas tomando uvas.
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RELATO publicado originariamente en la obra colectiva:
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RELATO publicado originariamente en la obra colectiva:
- Mujeres en la historia III: Ilustración (antología de relatos sobre mujeres protagonistas de la Ilustración) (Madrid: M.A.R Editor, 2016)
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