Fernangómez, Ángeles
Martínez, Paz
Gómez Recas, Laura
Rojo, Mercedes G.
Abajo, Lourdes de
Alfonso, Nohelia
Moreno, Vera
Cuevas Morales, Silvia
Publicación original: Alicia
Publicación original: Raras.
raro, ra.(Del lat. rarus).1. adj. Que se comporta de un modo inhabitual.2. adj. Extraordinario, poco común o frecuente.3. adj. Escaso en su clase o especie.4. adj. Insigne, sobresaliente o excelente en su línea.5. adj. Extravagante de genio o de comportamiento y propenso a singularizarse.6. adj. Dicho principalmente de un gas enrarecido: Que tiene poca densidad y consistencia.
Pilar Escamilla Fresco
“Él pasaba la aspiradora cuando sonó el teléfono…” por eso no lo oyó. Al otro lado, Marga se preocupó ligeramente: “Qué raro” - se dijo - “que a estas horas no esté despierto y me responda”.
Él había salido a correr por el cerro de detrás de su casa cuando sonó el teléfono. Por eso no lo oyó. Marga, empezó a inquietarse en su oficina: “Qué raro” - pensó - “no sé qué estará haciendo que no me coge el teléfono”.
Él estaba en la ducha cuando volvió a sonar el teléfono, por eso tampoco lo oyó esta vez. Al otro lado, Marga se preocupó un poco. “Qué raro” - dijo esta vez en un murmullo suave pero que su compañera pudo escuchar - “no sé dónde estará, ojalá esté bien”.
Él estaba limpiando los areneros de las gatas que ahora con el buen tiempo habían sacado a la terraza por el tema de los malos olores. Por eso tampoco ahora escuchó la llamada ni pudo contestar. Marga estaba ya muy preocupada. “Qué raro” - dijo ahora ya en voz alta y bastante alterada - “sigue sin cogerme el teléfono. Seguro que le ha pasado algo”.
Su compañera la miró y sintió la preocupación de Marga. Le comentó que sí, que era raro. Ella lleva ya años trabajando a su lado y sabe que por las mañanas Marga siempre le encuentra y no tiene que llamar hasta cuatro veces y en horas distantes para localizarle. Comprendiendo la preocupación de su compañera, y haciéndola hasta propia - ya tantos años a su lado era capaz de sentir esa empatía por Marga - le sugirió localizar a algún vecino, o al conserje, a quien fuera para que fuesen a llamarle al timbre de la puerta y así ella se quedase tranquila. Porque Marga estaba muy preocupada. Más que preocupada Marga estaba agobiada. Y desde luego a él le podía haber pasado cualquier cosa. Eso las dos lo sabían. Y lo comentaron con algún detalle escabroso que les dejó más agobiadas y preocupadas y que además les erizó el vello de los brazos: “seguro que se ha desmayado al levantarse, seguro que se ha resbalado en la ducha y se ha caído, seguro que se ha dado un golpe y se está desangrando en el suelo”...
Marga recordaba tener el teléfono anotado de, al menos, dos vecinos. Porque, la verdad, no suele llamar a sus vecinos, tampoco es que sean amigos ni les necesite para nada. Se puso a pensar: “a ver, el del 2ºC, ¿cómo se llamaba? Es rumano, Sandi o algo así… no, así no lo encuentro… no sé ni cómo lo habré guardado… espera, pondré vecino en el buscador… ¡bingo! Ahí estaba, Sandu, el nombre era Sandu.” Pero Sandu no cogió el teléfono cuando Marga le llamó porque estaba trabajando, y en su trabajo no puede atender llamadas de teléfono de ningún tipo. “Qué raro” - comentó Marga a su compañera - “no lo ha cogido”.
Marga intentó recordar entonces el nombre de la vecina del 1ºC. Esta mujer solía teletrabajar, así que estaría en casa, pensó… Pero ¿cómo se llamaba? Ah. sí, García Yllera era el apellido (se había fijado porque una vez hasta le preguntó si tenía relación con las bodegas, pero no, no era el caso). La buscó por el nombre en su agenda del teléfono pero no había nadie con esos apellidos. “Qué raro - pensó - de esta chica tenía su teléfono fijo, recordaba hasta haberlo usado para pedirle que le recogiera algún paquete… La tendré por el nombre… ¿Pero cómo se llamaba?”. Marga estuvo un rato dándole vueltas al nombre de su vecina pero no fue capaz de recordarlo. En el último momento pensó si no la habría guardado por el piso. Puso 1C en el buscador de su teléfono y ¡acertó! ahí estaba. Y hasta le había puesto el nombre: Soraya García Yllera, 1C. La llamó. Pero Soraya estaba teniendo una reunión online con su jefe cuando sonó el teléfono. Por eso no lo cogió, y tampoco lo oyó porque ella, precavida como era, para esas ocasiones lo tenía siempre silenciado. Su jefe era un poco especial para estos temas y no quería molestarlo por nada del mundo. “Qué raro” - volvió a comentar Marga a su compañera, esta vez ya con cara de pánico - “tampoco lo ha cogido”.
En ese momento las dos compañeras comentaron las posibilidades que había de que se hubiera declarado un incendio en el edificio, o de que hubiera habido una explosión de gas… “Vete tú a saber - dijo Marga - “es un edificio antiguo y las instalaciones seguro que están estropeadas, ay Dios mío, qué desgracia más terrible”. Y Marga notó cómo sus ojos se medio encharcaron y estuvo a punto, pero a punto, de echarse a llorar. Menos mal que su compañera le recordó que aún podía intentarlo con el conserje. “Ay, claro, el conserje… Gracias”.
Marga cogió su teléfono y buscó el número del conserje. Por la palabra conserje no apareció nada. “Oh, madre mía - pensó - ¿cómo se llamaba este? Si es que no tengo ni idea, lo han cambiado tantas veces que ya no sé ni cómo lo guardé”. Se empezó a poner nerviosa, mucho más nerviosa. No sabe cómo recordó en ese momento que igual lo había guardado con el nombre de su calle. Puso el nombre en el buscador de su agenda del teléfono y allí apareció: José consejre piso Roblegordo. “ya te vale, Marga” - se dijo cuando vio la palabra conserje mal escrita - “así nunca vas a localizarle. Acuérdate de corregirlo luego, que ahora tienes otra prioridad”. Le llamó con verdadera ansiedad. Pero José, el conserje del piso de Marga en la calle Roblegordo, no cogió el teléfono porque ya eran más de las dos de la tarde y ya estaba en su tiempo de descanso. Y él en eso era muy estricto. No cogía llamadas de los vecinos en su tiempo de descanso. Sea lo que sea seguro que podría esperar a que terminara de comer. Y Marga, al no localizarle, se puso completamente fuera de sí. Empezó a gimotear y a decir que seguro que había ocurrido una desgracia terrible y que, ay Dios mío, esto es lo peor que le había pasado en toda su vida.
La compañera de Marga estaba tan histérica como ella. Le dijo que se fuese inmediatamente a su casa. Que no esperase ni al autobús, que como tiene que hacer dos trasbordos tardaría mucho, que fuese directa a su casa en un taxi y que ya allí encontraría la respuesta a todo esto. Y que por favor la llamase para contarle porque ella estaba tan nerviosa como Marga.
Marga cogió un taxi. Estaba llorando a moco tendido cuando salió de la oficina, pero ahora ya había conseguido calmarse. Le dio la dirección y le pidió que fuese lo más rápido que pudiera, que era una urgencia. Cuando llegaron a su portal, Marga lo vio todo como siempre. “Qué raro” - pensó. Pagó al taxista, cogió su bolso y su abrigo y salió escopetada. Abrió la puerta del portal y vio que el conserje no estaba en su puesto, sin siquiera pensar que a esa hora el hombre estaría comiendo. Llamó al ascensor pero como tardaba (“Alguien debe tenerlo abierto por arriba, ya les vale” - pensó) subió a trompicones los dos pisos de escaleras y llegó a la puerta de su casa casi sin aliento. “Tengo que hacer más ejercicio - dijo en voz alta - “que me ahogo… ay”. Buscó las llaves en su bolso y abrió su puerta con auténtica desesperación. Entró gritando su nombre. Él respondió desde el fondo del piso y le dijo que qué pronto estaba hoy en casa. Marga le miró con cara de no comprender nada. Él estaba tranquilo, sentado en el sillón, con una cerveza en la mano, el plato en la mesa y a punto de empezar a comer viendo las noticias. Como hacía todos los días que libraba de su trabajo.
Pilar Escamilla FrescoTexto publicado en el libro: (H)ojeándote
Vaya situación, Marga. No debes pensar más en ello. Aceptaste, y venga, ve a por ello. Has de asumir tu responsabilidad y cumplir lo pactado. Aunque no te apetezca nada, aunque pienses que esto es una locura. Si es que mira tú a quién te vas a encontrar: se llama Rodolfo. Con ese nombre seguro que podría ser tu padre. O eso o es un pijo redomado de los de Serrano. Insoportable. Será un relamido con el pelo engominado y la barba de una semana cuidada. Típico que intenta ir como desaliñado pero no le sale ni de lejos. Se nota, lo mires por donde lo mires, que es un pedante y puro postureo. Pero al grano, Marga: esto no será tan difícil. Una cena. Se lo has prometido a tu prima. Ella dice que está preocupada y que cree que con este tal Rodolfo te puede ir bien. Pero lo que ella no sabe es tu “voto de castidad”. Tampoco es que lo vayas contando a los cuatro vientos, pero es que la gente debería meterse sólo en sus asuntos. Y es que tras varias relaciones a cada cual peor (el último era esquizofrénico diagnosticado y medicado, con eso se ha dicho todo), decidiste darte un tiempo. Necesitas una limpieza espiritual, que el karma vuelva a su sitio y los chakras se alineen. Pero nada, ni un mes después de decidirlo, va tu prima, tu prima metomentodo y te organiza una cita a ciegas con su compañero de trabajo. Consultor a más señas. Si es que seguro que es un pijo asqueroso con traje y corbata y cara de póker. Porque vamos, en esas consultoras sólo trabaja gente así, lo sabes de primera mano. Anda que no te fuiste rápido cuando tu prima te “enchufó” e hiciste allí las prácticas de documentalista. No encajaste. Pero nada, ha pasado mucho tiempo desde eso. Ahora te has comprometido y has de ir, aunque no quieras. Cuando ella te lo dijo fuiste poco rápida: podías haberle dicho que no te apetecía. Pero la viste tan ilusionada… “Se llama Rodolfo, y no te voy a decir mucho de él, pero t-e-v-a-a-e-n-c-a-n-t-a-r -dijo con una mirada que no sabías si era picarona y sarcástica- ha entrado nuevo este año y es… uy, no te diré nada. Sólo cena con él.” Y así estás ahora, mirándote al espejo con ninguna gana de salir a cenar y sólo pensando que lo único que quieres es tirarte en el sofá y leer bajo la manta con una buena taza de té. Pero bueno, a lo que íbamos… a cenar con ese tal Rodolfo. Si es que vaya nombrecito, Marga…
Marga se pone un vestido sencillo, no quiere llamar la atención ya que sabe que es una cena de compromiso y que saldrá pronto, cogerá un taxi y directa a su piso. Dejó preparado en el salón el libro, bien colocado al lado de la manta.
- No me toquéis el libro, ¿eh? Lo quiero en el mismo sitio en el que lo dejo.
Marga habla con sus gatas como si la entendieran. Las gatas la miran y pareciera que dijeran: “Tranquila, humana, no te moveremos el marcapáginas”.
Marga sale de casa con el bolso. En el bolso ha metido otro libro, más pequeño, por si su cita le hace esperar o, a saber, por lo que sea. Siempre lleva algún libro en el bolso. Y no ha cogido el que está leyendo porque es muy gordo. Éste, de poesía, es más fino. Así el bolso le pesa menos. Se asegura de llevarlo todo: cartera con documentación y dinero (no iba a permitir que un desconocido la invitase, hay que pagar a medias), llaves, el móvil con batería a tope, el libro y un cuaderno y boli. Lo de siempre, a lo que añade la mascarilla de recambio por si se mancha la puesta (dichoso coronavirus) y el hidrogel.
Se mira en el espejo antes de salir de casa: bueno, no está nada mal. Sencilla, pero arreglada. El abrigo que se ha puesto le encanta. Es suave, como de terciopelo, con borreguillo en el interior. Se abraza al abrochárselo y se sonríe. Qué gusto salir de casa, tiene que reconocerse que en el fondo le apetece salir. Aunque no con ese tal Rodolfo.
Coge el bus que la lleva desde su barrio al centro de la ciudad. Allí ha decidido darse un paseo antes de llegar al restaurante de la cita. El trayecto en el autobús es tranquilo. La gente parece ensimismada en su mundo, y con las mascarillas, están todos más aislados aún, mirando sus móviles. Marga saca el libro. Mira, se dice, me viene genial haberlo traído. Se baja en la última parada y empieza a andar. Se abotona bien el abrigo y se siente cómoda. Hacía mucho que no salía por el centro de la ciudad y reconoce que lo ha echado mucho de menos. La ciudad está bonita. Se acerca la Navidad y ya han empezado a poner decoraciones, hay luces y la gente está poco en la calle. Se siente más segura de lo que pensaba. Pensó que se agobiaría, que habría un río de gente que le impediría disfrutar del paseo. Pero no es así. Aunque es cierto que es un día entre semana. Se dice que seguro que el fin de semana se pone todo peor. Está en sus pensamientos cuando le suena la alarma del móvil. Es hora de ir al restaurante, no quiere llegar tarde, es una falta de respeto hacerlo y ella no lo va a hacer, desde luego. Revisa sus notificaciones antes de emprender el camino. Tiene un audio de su prima. Qué pesada, por favor… Se pone los cascos por si es algo importante (que sea que se cancela la cita, por favor, piensa a la desesperada). Escucha el audio. Qué bobería, por favor. Su prima sólo quiere desearle una buena velada y le cuenta un chiste “verde”: el de cenicienta y la sandía. Para chistes está ella, piensa. Lo escucha por respeto, con la esperanza última de que al final le diga: oye, abortamos misión, me ha dicho Rodolfo que no puede ir. Pero nada, acaba riéndose como una niña pequeña con el chiste que ha contado, se despide y le dice que por favor le mande un audio detallado con la velada en cuanto llegue a casa. Y repite lo mismo que dijo el día que le habló de Rodolfo: t-e-v-a-a-e-n-c-a-n-t-a-r.
“Jobar, prima, eres una pesada”.
Es todo lo que puede pensar en ese momento. Guarda los cascos y el móvil en el bolso y se dirige al restaurante. Al entrar le dice al camarero el nombre de la reserva y le indica una mesa donde ya hay un “señor” sentado. Porque eso no es un “compañero” de su prima: es un jodido señor. En ese momento a Marga le salen todas las palabrotas habidas y por haber por su boca. Piensa que vaya encerrona la de su prima, que ese señor podría ser su padre, que por lo menos tiene 20 años más que ella, que ya le dirá cuatro cosas bien dichas cuando llegue a casa. Se presenta educadamente, intentando disimular su decepción.
- Hola, buenas noches. Soy Marga, tú debes de ser Rodolfo.
Rodolfo sonríe y asiente. La mira fijamente. Tiene los ojos bonitos, piensa Marga. Y sacude la cabeza, “boba -se dice- es un señor, que acabe esto pronto.”
La cena transcurre como a cámara lenta. Resulta que Rodolfo es un señor pijo con cortijo en el sur. Y no se corta al decirlo, no una, no dos sino hasta tres veces. Marga le mira lo más educadamente que puede y se alegra de que sea un desastre de cita. Toma nota mental de todas las cosas que le va a decir a su prima en cuanto llegue a casa, porque sabe que sí, que mantendrá su voto de castidad, que sus chakras seguirán su camino para alinearse y podrá conseguir su objetivo. Seis meses de castidad, se propuso. “No es tanto, niña -se dijo-. Y más con estos candidatos. En fin.”
Él está muy preguntón, dice que lo quiere saber todo de ella, le pregunta de manera casi inquisitorial y ella responde educadamente, pero sólo lo que quiere.
- Qué poco habladora eres, reina. Pero tranquila, cuando acabe la noche te haré hablar por los codos.
Y tras decir esa tontería, le guiña un ojo esperando que ella pille la indirecta. Pero lo que ella piensa es: “vaya mamonazo”.
Por fin llegan al postre. Mira el reloj, ya ha perdido el último autobús, así que como ella pensaba le tocará volver en taxi. No pasa nada, al menos ha paseado por el centro. Lo echaba de menos y da gracias por el paseo. Está aprendiendo a agradecer algo cada día, a intentar ver la parte positiva de cada día. Aunque a veces le cueste.
Ella pide una infusión. Él una pieza de fruta. El camarero le canta la retahíla de frutas que tienen disponibles y elige una rodaja de sandía. Marga piensa que es ridículo (se acuerda del chiste que le ha contado hace nada su prima) porque en diciembre pedir sandía… a saber de dónde viene la sandía en diciembre. Cuando traen los postres, ella mira a Rodolfo, que no para de mirar a Marga con una gran sonrisa.
- Lo he pasado genial, Marga. Querría que acabásemos la cita en mi casa. Tengo una colección de libros antiguos de mis padres que creo que te va a gustar ver.
“Ja, y una mierda, ahí quieres tenerme, pues no pedazo pijo de mierda”- piensa Marga.
- No podré, Rodolfo, mañana madrugo mucho por trabajo y ya se nos ha hecho bastante tarde.
- De acuerdo, lo entiendo. Yo siempre respetaré lo que decidas. Ya te he dicho que no hay nada más importante para mí que tu satisfacción. Al menos, déjame pedirte tu teléfono para volver a verte.
Marga se lo piensa poco. Decide darle un teléfono falso: si al suyo le cambia un par de cifras, él nunca le podrá localizar. Salvo por su prima. “Mierda, vaya encerrona” - piensa Marga.
En ese momento observa a Rodolfo. Ha cogido la rodaja de sandía y se la mete en la boca (¡¡¡no usa cubiertos!!!) y empieza a comerla con auténtica golosía, cayéndole chorretones por los labios, mojándole las manos, poniéndose, como ella diría, gocho… En ese momento, Marga recuerda su voto de castidad, sus chakras y el chiste que le ha contado su prima antes de la cena.
Pensándolo bien, Rodolfo, sí quiero ir a ver esos libros que me has comentado.
“Mierda, Marga… que merezca la pena, por favor”.
RELATO INSPIRADO EN ESTE CHISTE
Está el hada con la cenicienta y:
Cenicienta: Pues tendría que cambiar de ropa, ¿no?
Hada: Sí, no puedes ir al baile con esa ropa...
Cenicienta: Querría un traje de raso, con una diadema de diamantes en el pelo y zapatos de cristal.
Hada: ¡Qué dices, niña!, eso ya no se lleva. ¡Abracadabra!
Y le pone a cenicienta una ropa de cuero con tachones, el pelo a lo arapahoe de color rojo y verde y botas de caña alta de color negro.
Cenicienta: Bueno, y ahora un carro tirado por blancos corceles y un paje...
Hada: De eso nada. ¡Abracadabra!.
Y convierte una piedra en un Michubichi 3000 GT V6 286 CV Biturbo 24V.
Hada: Bueno, pues ya está.
Pero recuerda: A las "doce" de la noche tienes que estar aquí o se te convertirá el chuminillo en una sandía.
Cenicienta: ¡En una sandía! Vale, hada madrina...
Bueno, llega Cenicienta al baile, y primero había una cena y le toca sentarse al lado del príncipe.
El príncipe se queda colado por ella, ella por él, paliqueando toda la comida.
Y cuando llega el postre resulta que es sandía.
El príncipe coge una rodaja con las manos y empieza a comérselo sin cubiertos, babeándose todo, con los churretones de sandía hasta los codos y haciendo un ruido así como schurlllpsss!, mientras Cenicienta mira espantada.
Y entre dos rodajas dice el príncipe (con los churretones de sandía por toda la boca):
Príncipe: Oye, Cenicienta, ¿a qué hora te tienes que ir?
Cenicienta: ¿Yo?, ¡A LAS CUATRO DE LA MAÑANA!
Mirad qué cosa más bonita ha hecho Rosa, nuestra Rosa de España:
Vacío
Arte de verme tan diferente
De no sentir que puedo ser normal
Arte de estar sola entre la gente
Y agachar la frente una vez más
Por cada insulto mil lágrimas mías
Por cada en diferencia una razón
Maldita crueldad que me castiga
Cada día sin razón
Con miedo al reflejo que no miente
Por miedo empecé a mentirme yo
Con rabia y el cuchillo entre los que dientes
Desnutriendo el cuerpo alimentando mi dolor
Por cada sueño el precio es la tortura
Cada desprecio trae desolación
Tu estupidez aturde mi cordura
Ésta lucha no la elegí yo
Siento que este mundo no es el mío
Nada llena esté vacío que me enseñe a ser mejor
Sobra ropa aunque haga frío
La vergüenza me ha traído a este lugar sin compasión
Y pude que me sobren unos kilos
Que no sea de tu estilo, que no sepas ni quién soy
El peso que cambió mi alma
No fue el de la balanza, fue el de la presión
Soledad refugio para el día a día
Soñando jugar con los demás
Borrando la esencia que me dio la vida
Para convertirme en una más
Cada gesto aumentará mis dudas
Buscando el camino de agradar
El silencio esconde las heridas
Y la risa, y la risa la verdad
Siento que este mundo no es el mío
Nada llena esté vacío que me enseñe a ser mejor
Sobra ropa aunque haga frío
La vergüenza me ha traído a este lugar sin compasión
Y pude que me sobren unos kilos
Que no sea de tu estilo, que no sepas ni quién soy
El peso que cambió mi alma
No fue el de la balanza, fue el de la presión