“Él pasaba la aspiradora cuando sonó el teléfono…” por eso no lo oyó. Al otro lado, Marga se preocupó ligeramente: “Qué raro” - se dijo - “que a estas horas no esté despierto y me responda”.
Él había salido a correr por el cerro de detrás de su casa cuando sonó el teléfono. Por eso no lo oyó. Marga, empezó a inquietarse en su oficina: “Qué raro” - pensó - “no sé qué estará haciendo que no me coge el teléfono”.
Él estaba en la ducha cuando volvió a sonar el teléfono, por eso tampoco lo oyó esta vez. Al otro lado, Marga se preocupó un poco. “Qué raro” - dijo esta vez en un murmullo suave pero que su compañera pudo escuchar - “no sé dónde estará, ojalá esté bien”.
Él estaba limpiando los areneros de las gatas que ahora con el buen tiempo habían sacado a la terraza por el tema de los malos olores. Por eso tampoco ahora escuchó la llamada ni pudo contestar. Marga estaba ya muy preocupada. “Qué raro” - dijo ahora ya en voz alta y bastante alterada - “sigue sin cogerme el teléfono. Seguro que le ha pasado algo”.
Su compañera la miró y sintió la preocupación de Marga. Le comentó que sí, que era raro. Ella lleva ya años trabajando a su lado y sabe que por las mañanas Marga siempre le encuentra y no tiene que llamar hasta cuatro veces y en horas distantes para localizarle. Comprendiendo la preocupación de su compañera, y haciéndola hasta propia - ya tantos años a su lado era capaz de sentir esa empatía por Marga - le sugirió localizar a algún vecino, o al conserje, a quien fuera para que fuesen a llamarle al timbre de la puerta y así ella se quedase tranquila. Porque Marga estaba muy preocupada. Más que preocupada Marga estaba agobiada. Y desde luego a él le podía haber pasado cualquier cosa. Eso las dos lo sabían. Y lo comentaron con algún detalle escabroso que les dejó más agobiadas y preocupadas y que además les erizó el vello de los brazos: “seguro que se ha desmayado al levantarse, seguro que se ha resbalado en la ducha y se ha caído, seguro que se ha dado un golpe y se está desangrando en el suelo”...
Marga recordaba tener el teléfono anotado de, al menos, dos vecinos. Porque, la verdad, no suele llamar a sus vecinos, tampoco es que sean amigos ni les necesite para nada. Se puso a pensar: “a ver, el del 2ºC, ¿cómo se llamaba? Es rumano, Sandi o algo así… no, así no lo encuentro… no sé ni cómo lo habré guardado… espera, pondré vecino en el buscador… ¡bingo! Ahí estaba, Sandu, el nombre era Sandu.” Pero Sandu no cogió el teléfono cuando Marga le llamó porque estaba trabajando, y en su trabajo no puede atender llamadas de teléfono de ningún tipo. “Qué raro” - comentó Marga a su compañera - “no lo ha cogido”.
Marga intentó recordar entonces el nombre de la vecina del 1ºC. Esta mujer solía teletrabajar, así que estaría en casa, pensó… Pero ¿cómo se llamaba? Ah. sí, García Yllera era el apellido (se había fijado porque una vez hasta le preguntó si tenía relación con las bodegas, pero no, no era el caso). La buscó por el nombre en su agenda del teléfono pero no había nadie con esos apellidos. “Qué raro - pensó - de esta chica tenía su teléfono fijo, recordaba hasta haberlo usado para pedirle que le recogiera algún paquete… La tendré por el nombre… ¿Pero cómo se llamaba?”. Marga estuvo un rato dándole vueltas al nombre de su vecina pero no fue capaz de recordarlo. En el último momento pensó si no la habría guardado por el piso. Puso 1C en el buscador de su teléfono y ¡acertó! ahí estaba. Y hasta le había puesto el nombre: Soraya García Yllera, 1C. La llamó. Pero Soraya estaba teniendo una reunión online con su jefe cuando sonó el teléfono. Por eso no lo cogió, y tampoco lo oyó porque ella, precavida como era, para esas ocasiones lo tenía siempre silenciado. Su jefe era un poco especial para estos temas y no quería molestarlo por nada del mundo. “Qué raro” - volvió a comentar Marga a su compañera, esta vez ya con cara de pánico - “tampoco lo ha cogido”.
En ese momento las dos compañeras comentaron las posibilidades que había de que se hubiera declarado un incendio en el edificio, o de que hubiera habido una explosión de gas… “Vete tú a saber - dijo Marga - “es un edificio antiguo y las instalaciones seguro que están estropeadas, ay Dios mío, qué desgracia más terrible”. Y Marga notó cómo sus ojos se medio encharcaron y estuvo a punto, pero a punto, de echarse a llorar. Menos mal que su compañera le recordó que aún podía intentarlo con el conserje. “Ay, claro, el conserje… Gracias”.
Marga cogió su teléfono y buscó el número del conserje. Por la palabra conserje no apareció nada. “Oh, madre mía - pensó - ¿cómo se llamaba este? Si es que no tengo ni idea, lo han cambiado tantas veces que ya no sé ni cómo lo guardé”. Se empezó a poner nerviosa, mucho más nerviosa. No sabe cómo recordó en ese momento que igual lo había guardado con el nombre de su calle. Puso el nombre en el buscador de su agenda del teléfono y allí apareció: José consejre piso Roblegordo. “ya te vale, Marga” - se dijo cuando vio la palabra conserje mal escrita - “así nunca vas a localizarle. Acuérdate de corregirlo luego, que ahora tienes otra prioridad”. Le llamó con verdadera ansiedad. Pero José, el conserje del piso de Marga en la calle Roblegordo, no cogió el teléfono porque ya eran más de las dos de la tarde y ya estaba en su tiempo de descanso. Y él en eso era muy estricto. No cogía llamadas de los vecinos en su tiempo de descanso. Sea lo que sea seguro que podría esperar a que terminara de comer. Y Marga, al no localizarle, se puso completamente fuera de sí. Empezó a gimotear y a decir que seguro que había ocurrido una desgracia terrible y que, ay Dios mío, esto es lo peor que le había pasado en toda su vida.
La compañera de Marga estaba tan histérica como ella. Le dijo que se fuese inmediatamente a su casa. Que no esperase ni al autobús, que como tiene que hacer dos trasbordos tardaría mucho, que fuese directa a su casa en un taxi y que ya allí encontraría la respuesta a todo esto. Y que por favor la llamase para contarle porque ella estaba tan nerviosa como Marga.
Marga cogió un taxi. Estaba llorando a moco tendido cuando salió de la oficina, pero ahora ya había conseguido calmarse. Le dio la dirección y le pidió que fuese lo más rápido que pudiera, que era una urgencia. Cuando llegaron a su portal, Marga lo vio todo como siempre. “Qué raro” - pensó. Pagó al taxista, cogió su bolso y su abrigo y salió escopetada. Abrió la puerta del portal y vio que el conserje no estaba en su puesto, sin siquiera pensar que a esa hora el hombre estaría comiendo. Llamó al ascensor pero como tardaba (“Alguien debe tenerlo abierto por arriba, ya les vale” - pensó) subió a trompicones los dos pisos de escaleras y llegó a la puerta de su casa casi sin aliento. “Tengo que hacer más ejercicio - dijo en voz alta - “que me ahogo… ay”. Buscó las llaves en su bolso y abrió su puerta con auténtica desesperación. Entró gritando su nombre. Él respondió desde el fondo del piso y le dijo que qué pronto estaba hoy en casa. Marga le miró con cara de no comprender nada. Él estaba tranquilo, sentado en el sillón, con una cerveza en la mano, el plato en la mesa y a punto de empezar a comer viendo las noticias. Como hacía todos los días que libraba de su trabajo.