domingo, 15 de mayo de 2022

Amor, neurosis y vida 3. Vuelo en el desierto

Publicación original: Amor, neurosis y vida 3. Vuelo en el desierto


Fuente: Shaun Tan

Al final de la nube, un halcón te ignora. Despliegas tus alas de nailon sobre el verde nevado. Vuela, vuela alto. Vete lejos donde los conflictos se hacen minúsculos y desaparecen bajo el microscopio. Ser una célula cancerígena que se reproduce por doquier y dejar de buscar el escrutinio sobre las mayúsculas en un puente elevado. Agarra tu mochila, que no se la lleven. Dentro cables, adaptadores y el cerebro de tu primer oso de peluche. Rescata esa pestaña suicida que se cuela entre tu nariz y tu labio superior. La barba negra, rizada, poblada. Recoge los cabellos que despejan la frente iluminada por el cansancio. Insatisfacción bronceada bajo un puente del Teleno al infierno. Un río de hadas que sobrevuelan cantos rodados y nieves perpetuas. Una torre se cruza en el infinito de tus pesadillas. Caminando entre chabolas que se cruzan con las luces perpetuas de la Castellana. Y cierras los ojos. Los párpados raspan granos de arena con las pupilas marrones que no quieren chillar. Es el desierto. Sudán a tus pies. Arena suave como polvo de talco tostado al sol. Se hunden los pies. Camuflas los dedos tras las sandalias de esparto. Llueve polvo. Llueve polvo. Y la arena se mezcla con la sed de tus labios resecos. Vuelves a tu cama. A la almohada de los deseos de aquella que no amas. A los sueños palpitantes de los sexos de todas las mujeres a las que amaste. A los ríos de pólvora que sembraste en plazas de grano de siglos pasados. Silencio. Silencio. Silencio. Crees que tu cabeza no puede más. Estallará y extenderá la metralla por todos los acantilados del Atlántico. Volar como un pájaro. Ser ese halcón que vuelve a ignorarte frente a ti. Las nubes bajas. Las sombras de los cuatro molinos de Don Quijote sobre el Parque Norte. Sentirte pequeño, encogerte, hundirte en el hormiguero que es el metro de Madrid. Vuela. El metro de Madrid vuela. Pero tú no vuelas. Inviertes tus días y tus noches en consumir lo que ganas, en beberte lo que queda de tus nóminas tras pagar el alquiler y las facturas. Zumo de cebada y lúpulo. Espuma. Charlas. La soledad entre los millones de vidas cercanas. Gente que te quiere. Gente que te llama. Gente que te habla. Demasiadas palabras. Te ahogan. Te ahogas. Cierras los ojos. Una playa inmensa ante tus pies, también descalzos. El silencio del mar calmo del meridiano. Olas pequeñas. Ni un alma. Y una arena esta vez blanca y suave. Ahora sí parecen polvos de talco. Hundes tus pies descalzos. Polvos de talco que tu madre, Margarita, usaba contigo y con tu hermano de pequeños. Ven, te dice, dame un abrazo. Hijo, no seas tonto, no dejes el trabajo. Hijo, ven a mi lado. ¿Estás bien? El Parque de los Reyes de España, unos columpios sin niños y la bicicleta atravesando la ciudad. Y la música perenne en tu cabeza. Simuladores de vuelo. Cuatro cuerdas. Seis cuerdas. Un ukelele, diez guitarras, una kalimba, un contrabajo, el ruido de las mudanzas sobre las pesadillas. Atrapar las pesadillas con una red india. Ventanas con vistas al infinito y más allá. Socorros sobre asfalto en carreteras de pago. Una motocicleta sin conductor. Los ruidos del tractor recogiendo los fardos de paja al acabar el verano. Las moras al lado del río. Meriendas con nocilla y chorizo. Baños sin ropa. Las chicas del pueblo crecen. Crecen sus cuerpos. Crecen. Aguadillas y besos robados sin oxígeno. No respires. Abrázame. Abrázame fuerte. Toma mi lengua en el paladar de tus encías. Vuelve el nailon donde los halcones hacen sus nidos. Aterrizajes sin señales de tráfico, stops ni direcciones únicas. Quizás el tobillo flojea pero no es hora de llorar. Los hombres no lloran. Los hombres no lloran. Los hombres no lloran. La plaza de Santa Ana, la fuente de los Siete Caños. Buscar tras los sauces las lágrimas que los hombres no derraman. Dos ríos para una ciudad de reinos visigodos. Que no me falte el aire. Mar y cometas sobre la playa. Células madre. Envejecer o vivir eternamente. Soñar que eres inmortal. Sólo puede quedar uno. Pero eso es falso. El cáncer avanza. Enfermedad del siglo XX. Enfermedad del siglo XXI. Cáncer sobre fondo rojo de puesta de sol en medio del desierto. La arena en dos copas de vino tras el cristal de la vitrina. Cuchillo bereber para partir los alimentos. Se me queman los pies. En la playa y en el desierto, el sol convierte los granos de arena en carbones de un incendio. Mover el cuerpo hacia la izquierda. No estarse quieto. La música de Riaño sobre un acantilado blanco. Cómo hacerla comprender que no la quieres de compañera. El amor duele. Te duelen las encías, te duelen la rodilla derecha, el tobillo izquierdo. Escaleras para un cuarto en piso compartido. Nubes, nubes y nubes. Estrellas sin polvo ni ceniza. Eccemas. Tu piel se cae como tus recuerdos. Vuelves al pueblo. Al fogón de la abuela. A los cuentos al pie de la cama. Al silencio de una noche plagada sólo de grillos. A salir a la calle tras el colacao y las galletas maría y recorrer las calles llenas de cagarrutas de oveja, pequeños conguitos que riegan el recorrido de la cañada. El lúpulo en la carretera. Volver al canal a mojar los pies y a bañarse desnudo. Cinco años y una guitarra hecha con hilos y una caja de madera. Cerrar los ojos. Descansar… simplemente.

Fuente: Shaun Tan


Las imágenes de este post son del libro «El árbol rojo» de Shaun Tan. Más información: Shaun Tan

Publicado originariamente en: Caradeluna.

Banda sonora de estos relatos: Neurosis


TEJIENDO EN LA SOMBRA


Tejiendo y leyendo y escribiendo y viviendo y soñando y amando y… y todo lo que hago siendo todo lo que soy. Ahí estoy yo, detrás de este filandón violeta, intentando sobrevivir en una gran ciudad donde me siento hormiga, leyendo, escribiendo y recitando poesía, siendo madre, trabajadora y poeta de guardia, como decía nuestra querida Gloria.

Me llamo Pilar Escamilla Fresco y si quieres saber de mí búscame aquí: www.caradeluna.es

Pero ante todo lee poesía, lee poesía todos los días de tu vida. Y si tienes hijos e hijas, léeles poesía. Sin poesía, no hay vida.

“Te buscaba con ansia”

Te aseguro que alguien se acordará de nosotras.”


Querida, no he podido despedirme de ti en persona porque fuerzas mayores me lo han impedido. Espero sepas perdonarme y comprenderme. Permíteme, no obstante, unas palabras que me hubiera gustado decirte en persona pero que han de ser, dadas las circunstancias, por este medio.


Como bien sabes, desperté a la realidad el día que cumplí 15 años y escuché a mis padres hablar de mi matrimonio. Tenían varios pretendientes, y estaban discutiendo la opción que más les interesaba. A ELLOS. No se habían siquiera planteado preguntarme. Desde el quicio de la puerta los escuchaba horrorizada y, casi sin poder creer lo que estaba oyendo, entré en pánico. Un pánico que me duró, bien lo sabes, hasta que llegué a tu casa. Tras la celebración familiar de la que no pude escabullirme me despedí y les dije que me iba a descansar. Mentí. Salí como pude de la casa familiar y huí todo lo rápido que pude. Había oído hablar de tu Casa de Servidoras de las Musas, y era en lo único que podía pensar. Me pareció el refugio más seguro.


Llegaste –te buscaba con ansia –, refrescaste mi pecho que ardía de deseo.”


Llegué sin más equipaje que mis lágrimas. Pero me acogisteis como si fuera una más de vuestras hermanas desde el primer momento. Fue traspasar el umbral y entrar en ese patio y sentir que la palabra hogar tomaba, por fin, todo su significado.


En tu casa aprendí muchas y muy valiosas cosas. Me quedo con dos: la poesía y la escucha activa.


Me recibieron dos muchachas. Una era menuda, de ojos castaños y vivarachos. Me sonreía, como si con su sonrisa pudiera calmar los nervios y los miedos con los que entraba. La otra era alta, muy rubia, con los ojos claros, parecía una diosa. Me gustó la cercanía de la primera y la belleza de la segunda. Se presentaron. La primera se llamaba Atis. La segunda Níobe. Me cogieron de la mano y me acompañaron para asearme, darme ropa limpia, y llevarme a mi cuarto. ¡Mi cuarto! Me ofrecisteis un cuarto, la paz que necesitaba, y la cercanía de todas esas mujeres que parecían no tener nada en común, pero que hacían andar la Casa con los engranajes bien cuidados.


Los primeros días me dediqué a observar. Me gustaban las reuniones donde mujeres como tú se dedicaban a enseñar sin dar clases, en una conversación sosegada con otras muchachas que atentas debatían y escuchaban. Pronto me di cuenta de que el lenguaje, en la Casa, era la llave que abría cualquier cerradura y cualquier corazón.


Atis me acompañaba enseñándome los rincones de toda la Casa y me explicaba hasta donde creía que debía explicarme. No pude resistirme a esos ojos...


Me enamoré de ti, un día lejano, Atis. Me parecías una niña desgarbada y menuda.”


Así, quise hacer como tú y llamar a la diosa Afrodita para que bajase en su áureo carro llevado por gorriones, para que me escuchara e intermediase entre ella y yo. Bien sabes que no pudo hacer nada, mi cobardía no le dejó avanzar demasiado.


Me hubiera gustado hundirme en su pecho y usarlo de almohada como tantas veces os escuché mientras recitabais los versos que tanto me estremecían.


Durmiendo en el pecho / de una tierna amiga.”


Pero siempre dormía sola. Desconozco si Atis fue consciente del nerviosismo de mi piel cuando ella me tocaba, pero ahí estaba... y me costaba horrores disimularlo.


Se han ocultado ya / las Pléyades, la luna: mediada está la noche, / la hora propicia escapa, / yo duermo sola.”


De noche, sola en mi cuarto, soñaba con ella y me preguntaba dónde andaría, con quién, qué pensaría y si podría ser yo el objeto de sus versos. Mi escaso talento para la poesía pronto quedó en evidencia. Era capaz de admirar los cantos de nuestras hermanas, pero no era capaz de componer nada, un nudo en la garganta y en el estómago se hacía inmenso cuando deseaba traducir a palabras mis emociones... y sólo podía callar.


Mas de tocar el cielo inabarcable no me creo capaz.”


Pero no sólo soñaba con sus versos. Deseaba acariciar su vientre blando y suave. Se me antojaba como el mejor lugar donde alojar mis cabellos. Y me hundía entonces, confundida, en mi cama buscando con el sueño olvidar ese torbellino que me atoraba los sentidos y me dejaba muda y absorta frente a ella.


Eros ha sacudido mis entrañas / como un viento abatiéndose en el monte / sobre las encinas.”


Durante los días no podía más que buscar su sombra entre los muros y los árboles. En las reuniones la miraba de reojo buscando algún signo de que también ella me observaba. Creí sentir algo que no pudo ser verdad. Ella sólo tenía ojos para Níobe. Lo supe una mañana que vi a Atis salir del cuarto de Níobe antes del alba.


Si se ha desbordado la cólera del pecho, / preciso es vigilar / la lengua que ladra atolondrada.”


Dejé de participar en las reuniones, dejé de escuchar poemas al atardecer. Sólo podía pensar que quería estar sola, dormir sola, morir sola...


Te diste cuenta rápido. Nada parecía escapar de tu ojo observador. Te acercaste a mí un día después de la comida y empezaste a hablarme. Era la primera vez que hablabas directamente conmigo. Yo siempre te había observado y escuchado, y pensaba que tú no nos veías más que en grupo. Pero ese día me sorprendiste. Qué buena observadora eres. Desde el primer día me describiste los movimientos que yo pensé que nadie me notaba, y también sabías perfectamente por qué ahora ya no me sentía pletórica sino apagada. Me cogiste de la mano y me explicaste que el mar está lleno de peces. Que Atis y Níobe se han encontrado la una a la otra, que eso me tenía que hacer feliz porque ellas eran felices. Yo te miré perpleja. “¿Cómo puedo encontrar un pez para mí?” - te pregunté. Y me respondiste con la mirada llena de dulzura: “Deja de buscar, cuando dejas de buscar es cuando finalmente encuentras lo que necesitas”.


Puede que tengas razón, pero han pasado ya varios meses y yo sigo igual, sin poder siquiera mirar a Atis, o a Níobe, o a ti, o a cualquiera de nuestras compañeras de la Casa. Sólo puedo pensar en estar sola. Por eso he decidido huir lejos. Aún no tengo claro dónde me dirigiré. Intentaré poner mar y tierra entre nosotras. Si con el tiempo me siento más cómoda en mi piel, volveré. Mientras, trataré de encontrar la manera para superar este dolor que tanto me atormenta.


Sobre un blando almohadón / te acomodaré los miembros”


Gracias por abrirme las puertas de tu Casa.


Siempre tuya,


Leto


Nota de la autora: los textos entrecomillados son de Safo en la traducción de Aurora Luque.

LUQUE, A. Safo: Poemas y testimonios, Barcelona, Acantilado, 2020