“Te aseguro que alguien se acordará de nosotras.”
Querida, no he podido despedirme de ti en persona porque fuerzas mayores me lo han impedido. Espero sepas perdonarme y comprenderme. Permíteme, no obstante, unas palabras que me hubiera gustado decirte en persona pero que han de ser, dadas las circunstancias, por este medio.
Como bien sabes, desperté a la realidad el día que cumplí 15 años y escuché a mis padres hablar de mi matrimonio. Tenían varios pretendientes, y estaban discutiendo la opción que más les interesaba. A ELLOS. No se habían siquiera planteado preguntarme. Desde el quicio de la puerta los escuchaba horrorizada y, casi sin poder creer lo que estaba oyendo, entré en pánico. Un pánico que me duró, bien lo sabes, hasta que llegué a tu casa. Tras la celebración familiar de la que no pude escabullirme me despedí y les dije que me iba a descansar. Mentí. Salí como pude de la casa familiar y huí todo lo rápido que pude. Había oído hablar de tu Casa de Servidoras de las Musas, y era en lo único que podía pensar. Me pareció el refugio más seguro.
“Llegaste –te buscaba con ansia –, refrescaste mi pecho que ardía de deseo.”
Llegué sin más equipaje que mis lágrimas. Pero me acogisteis como si fuera una más de vuestras hermanas desde el primer momento. Fue traspasar el umbral y entrar en ese patio y sentir que la palabra hogar tomaba, por fin, todo su significado.
En tu casa aprendí muchas y muy valiosas cosas. Me quedo con dos: la poesía y la escucha activa.
Me recibieron dos muchachas. Una era menuda, de ojos castaños y vivarachos. Me sonreía, como si con su sonrisa pudiera calmar los nervios y los miedos con los que entraba. La otra era alta, muy rubia, con los ojos claros, parecía una diosa. Me gustó la cercanía de la primera y la belleza de la segunda. Se presentaron. La primera se llamaba Atis. La segunda Níobe. Me cogieron de la mano y me acompañaron para asearme, darme ropa limpia, y llevarme a mi cuarto. ¡Mi cuarto! Me ofrecisteis un cuarto, la paz que necesitaba, y la cercanía de todas esas mujeres que parecían no tener nada en común, pero que hacían andar la Casa con los engranajes bien cuidados.
Los primeros días me dediqué a observar. Me gustaban las reuniones donde mujeres como tú se dedicaban a enseñar sin dar clases, en una conversación sosegada con otras muchachas que atentas debatían y escuchaban. Pronto me di cuenta de que el lenguaje, en la Casa, era la llave que abría cualquier cerradura y cualquier corazón.
Atis me acompañaba enseñándome los rincones de toda la Casa y me explicaba hasta donde creía que debía explicarme. No pude resistirme a esos ojos...
“Me enamoré de ti, un día lejano, Atis. Me parecías una niña desgarbada y menuda.”
Así, quise hacer como tú y llamar a la diosa Afrodita para que bajase en su áureo carro llevado por gorriones, para que me escuchara e intermediase entre ella y yo. Bien sabes que no pudo hacer nada, mi cobardía no le dejó avanzar demasiado.
Me hubiera gustado hundirme en su pecho y usarlo de almohada como tantas veces os escuché mientras recitabais los versos que tanto me estremecían.
“Durmiendo en el pecho / de una tierna amiga.”
Pero siempre dormía sola. Desconozco si Atis fue consciente del nerviosismo de mi piel cuando ella me tocaba, pero ahí estaba... y me costaba horrores disimularlo.
“Se han ocultado ya / las Pléyades, la luna: mediada está la noche, / la hora propicia escapa, / yo duermo sola.”
De noche, sola en mi cuarto, soñaba con ella y me preguntaba dónde andaría, con quién, qué pensaría y si podría ser yo el objeto de sus versos. Mi escaso talento para la poesía pronto quedó en evidencia. Era capaz de admirar los cantos de nuestras hermanas, pero no era capaz de componer nada, un nudo en la garganta y en el estómago se hacía inmenso cuando deseaba traducir a palabras mis emociones... y sólo podía callar.
“Mas de tocar el cielo inabarcable no me creo capaz.”
Pero no sólo soñaba con sus versos. Deseaba acariciar su vientre blando y suave. Se me antojaba como el mejor lugar donde alojar mis cabellos. Y me hundía entonces, confundida, en mi cama buscando con el sueño olvidar ese torbellino que me atoraba los sentidos y me dejaba muda y absorta frente a ella.
“Eros ha sacudido mis entrañas / como un viento abatiéndose en el monte / sobre las encinas.”
Durante los días no podía más que buscar su sombra entre los muros y los árboles. En las reuniones la miraba de reojo buscando algún signo de que también ella me observaba. Creí sentir algo que no pudo ser verdad. Ella sólo tenía ojos para Níobe. Lo supe una mañana que vi a Atis salir del cuarto de Níobe antes del alba.
“Si se ha desbordado la cólera del pecho, / preciso es vigilar / la lengua que ladra atolondrada.”
Dejé de participar en las reuniones, dejé de escuchar poemas al atardecer. Sólo podía pensar que quería estar sola, dormir sola, morir sola...
Te diste cuenta rápido. Nada parecía escapar de tu ojo observador. Te acercaste a mí un día después de la comida y empezaste a hablarme. Era la primera vez que hablabas directamente conmigo. Yo siempre te había observado y escuchado, y pensaba que tú no nos veías más que en grupo. Pero ese día me sorprendiste. Qué buena observadora eres. Desde el primer día me describiste los movimientos que yo pensé que nadie me notaba, y también sabías perfectamente por qué ahora ya no me sentía pletórica sino apagada. Me cogiste de la mano y me explicaste que el mar está lleno de peces. Que Atis y Níobe se han encontrado la una a la otra, que eso me tenía que hacer feliz porque ellas eran felices. Yo te miré perpleja. “¿Cómo puedo encontrar un pez para mí?” - te pregunté. Y me respondiste con la mirada llena de dulzura: “Deja de buscar, cuando dejas de buscar es cuando finalmente encuentras lo que necesitas”.
Puede que tengas razón, pero han pasado ya varios meses y yo sigo igual, sin poder siquiera mirar a Atis, o a Níobe, o a ti, o a cualquiera de nuestras compañeras de la Casa. Sólo puedo pensar en estar sola. Por eso he decidido huir lejos. Aún no tengo claro dónde me dirigiré. Intentaré poner mar y tierra entre nosotras. Si con el tiempo me siento más cómoda en mi piel, volveré. Mientras, trataré de encontrar la manera para superar este dolor que tanto me atormenta.
“Sobre un blando almohadón / te acomodaré los miembros”
Gracias por abrirme las puertas de tu Casa.
Siempre tuya,
Leto
Nota de la autora: los textos entrecomillados son de Safo en la traducción de Aurora Luque.
LUQUE, A. Safo: Poemas y testimonios, Barcelona, Acantilado, 2020
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