domingo, 12 de septiembre de 2021

Regreso al hogar estival en seis sentidos y una fachada



«Miramos el mundo una sola vez, en la infancia. El resto es memoria»
Louise Elisabeth Glück (Premio Nobel de Literatura 2020)

Entramos en tu pueblo en silencio. Soy consciente de que estoy aguantando la respiración. No me has querido dar pistas de cómo es tu casa. Dices que quieres que sea una sorpresa. El asfalto gastado y agrietado, las calles estrechas, las fachadas encaladas con tejados llenos de parches, la cruz en medio donde se reúnen los vecinos y cada puerta con su banco de piedra y algún alma sentada a la fresca. Te miro intentando permanecer en silencio. Me cuesta. Sabes, sabes bien, que estos son casi los mismos rostros pero con otros nombres que habitaban la calle donde estaba la casa de mis abuelos y donde se quedaron los veranos de mi niñez. Tú también callas, pero me miras con el brillo de quien se sabe paje de los Reyes Magos o ayudante del Ratoncito Pérez.

Tu pueblo y el mío se distancian apenas diecisiete kilómetros. Los sentidos comparten experiencias. Lo sabes. Por eso, me dices, no quieres enseñarme fotos ni contarme cómo es. Quieres que yo lo sienta. Y quieres acompañarme mientras lo siento, y darme la mano. Y es lo que trato de hacer: sentirlo.

En la escuela me enseñaron que tenemos cinco sentidos: vista, olfato, oído, gusto y tacto. Mi abuela decía que todos tenemos un sexto sentido, el de la intuición. Y que cada casa se diferencia de la de al lado, en los pueblos, por las fachadas. Porque en la ciudad, no hay fachadas distintas, sólo puertas repetidas con distinta numeración.

Acuarela autoría de José Luis.

Vista: hay hortensias cubriendo la fachada, el color del barniz marrón desconchado por el sol en los quicios de puertas y ventanas, y un tendal atravesando el porche cubierto de sábanas recién lavadas. He contado al menos cinco gatos escapando veloces de nuestro coche.

Olfato: huele a gato callejero, a jabón hecho en casa, a guiso de bacalao y a Teleno. Es un olor muy peculiar que tengo enraizado en lo más profundo de mí. Y lo he reconocido en el primer instante. Son los gatos que perseguía de niña, el jabón con el que lavaba mi abuela, el guiso que nos daba los viernes y las nieves casi perennes que nos perseguían todo el verano.

Oído: los gatos huyendo de un coche que llega, el trino de algún pájaro al fondo, el silencio de la era sin limpiar aún y llena de maleza, y los grillos que de noche se apoderan de las estrellas. La música de los veranos de mi niñez que vuelve a mí años después.

Gusto: Teresa sale a la puerta con la bata fina encima de su ropa. Igual que mi abuela, no se la quita casi nunca. Apenas para ir al médico o para jugar la partida. Su uso es más que una bata: mandil y seña de identidad con bolsillos enormes llenos de pañuelos y de caramelos. Su rostro, al besarlo, sabe a bacalao con patatas. El mismo bacalao con patatas que mi abuela nos daba.

Tacto: Teresa tiene la piel de las manos fina y arrugada, como papel de fumar, llena de venas que atraviesan sus falanges de punta a muñeca. Los dedos gruesos, rugosos y con durezas, dedos que no han descansado ningún año y que gritan todo lo que su dueña quiere callar. Su abrazo recoge a la niña que llega en mí y que está aguantando la respiración emocionada.

Intuición: me has devuelto el hogar de mis veranos, el abrazo de mi abuela, los paños sobre los sofás, las muñecas con rollos de papel higiénico bajo las faldas de ganchillo, la Dama de Elche al lado de la tele y el olor de las rosquillas recién hechas.

No querías darme apenas pistas de cómo era la casa del pueblo. No querías decirme nada para sorprenderme. Querías tener la certeza de que me gustaría. Lo que no llegaste a imaginar fue que al traerme aquí me devolverías los veranos de mi infancia y la casa de mis abuelos que perdí hace años cuando, cuando tras fallecer mi abuelo, y con la enfermedad de mi abuela, mi madre y mis tías decidieron venderla.

«Nostos» es una expresión de origen griego que se puede traducir como «regreso al hogar». Yo no paro de pronunciarla en silencio desde que me bajé del coche. Me da miedo pronunciarla en voz alta, no sea que se materialicen las diferencias que sin duda hay. Quiero esta emoción que ahora me embarga. Y no soltarla jamás.

Gracias.

Pilar Escamilla Fresco

Texto inédito publicado en el blog personal de la autora Desde mi secreter en octubre de 2020


Escritora y fotógrafa / Madrid – España.

Barcelona, 1976. Tiene sus raíces divididas entre León, Madrid, Cuenca y Barcelona. Reside en Rivas Vaciamadrid desde hace más de 20 años. Es Licenciada en Económicas y tiene estudios de postgrado en Biblioteconomía y Documentación. Actualmente trabaja como bibliotecaria.

Escribe desde que tiene conciencia de saber hacerlo. Lectora voraz, participa en movimientos como bookcrossing y geocaching.

Otras caras de ella son como narradora oral o fotógrafa amateur.

Ha coordinado varias secciones de creación literaria en revistas como Zarabanda y La Keli. Ha salido publicada en varias revistas literarias como Alhucema (Granada), Adveniens (Alcalá de Henares) y en la revista digital El Grito (editorial Celya).

Ha participado activamente en el Programa de la Red de Arte Joven de la Comunidad de Madrid. Colabora habitualmente con el Ayuntamiento de Rivas Vaciamadrid organizando eventos poéticos. Habitualmente la puedes encontrar en conciertos, recitales y micros abiertos en Madrid donde su participación en los mismos es asidua. Sus últimas participaciones han sido en el ciclo Cálamos y Péndolas (Madrid), L`Ekole Poetique (León) y en el encuentro poético-musical «Solsticio en Turgencius» en Turienzo de los Caballeros (León).

Es colaboradora de MasticadoresFEM.

Tiene publicados 4 poemarios y ha participado en numerosas antologías.

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