Me gusta coleccionar postales, especialmente escritas. Guardo casi todas las postales que he recibido, las que mis padres se escribieron, las que recibió mi tía Bego y ella me dio un día, las que compré viajando. Me gusta abrir mi caja de postales y emocionarme cuando cojo al azar cualquiera de ellas.
Me gustan los besos en todas sus vertientes. Los besos abrazados que me enseñó mi prima Susi, los besos con lengua que me da mi amor, los besos dulces con los que siembra mi hija mi rostro, los besos de bienvenida que me dan mis amigos y mis amigas, ese beso que dan antiguos amores y que sabe al colacao que ya no tomo, el beso de mi abuela con olor a bizcocho de manzanas reinetas, el beso de mi tía Julia con sabor a fotografías antiguas, los besos que me dan por carta que me saben a te quiero aunque ahora esté lejos. Me gustan hasta los besos que se pierden por el camino, esos que nunca nos atrevimos a dar pero que aún resuenan en nuestro pensamiento.
Me gusta el café cremoso, con cuerpo, fuerte de sabor pero con una generosa capa de espuma de leche batida. Me gusta tomarme con gula la espuma espolvoreada con canela y caco mientras el café desprende su aroma y despierta mis sentidos.
Me gusta hacer el cíclope con mi hija, ver esos dos enormes ojos casi negros convertidos en unos solo de gigante hermoso y dulce.
Me gusta escribir pequeñas palabras dulces en las hojas secas que el otoño deja caer en el suelo y luego soltarlas en los jardines de cualquier vecino, al azar, de mi pueblo. Sé que muchos no verán el mensaje de las hojas, pero me gusta pensar que, al menos uno de cada 10, lee la palabra, sonríe y le hace sentir bien.
Me gusta el olor a tierra mojada que la lluvia deja. Salir al balcón e impregnarme de la brisa fresca que el agua deja cuando se marcha.
Me gusta el sabor de las mermeladas caseras, experimentar con sabores nuevos, hacer mermelada de tomate, de pimientos, de lo que ese momento haya en el mercado.
Me gusta el olor de las verduras y las frutas de temporada. Ir a mi comercio de barrio y notar los tomates que a finales de agosto llenan cajas y cajas de su escaparate.
Me gusta cocinar los tomates, pelarlos, sentir su pulpa, sus semillas, su olor. Ponerlos a fuego lento y hacer salsa que congelo y luego saboreo con gula meses más tarde.
Me gustan las moras y manchar mis dedos cuando las recojo. Sentirme niña buscando entre las zarzas esos frutos maduros que luego tomo con yogures o convierto en mermeladas.
Me gusta mirar el calendario y acordarme, sin la ayuda de mi agenda, que es el cumpleaños de alguien a quien quiero.
Me gusta decirle a la gente lo que me gusta de ella: hoy llevas un vestido precioso, el pelo así te queda genial, me gusta tu bolso, ese collar es una pasada. Son palabras sinceras que no cuesta nada dar, pero que quien las recibe agradece porque es imposible que enseguida no le brote la sonrisa en su rostro.
Me gusta reír y sonreír y las carcajadas. Adoro las carcajadas de mi hija, aunque se mee, literalmente, de la risa. Me gusta no poder parar de reír cuando me cuentan un chiste tonto. Me gustan los chistes tontos que permanecen en mi recuerdo y que me hacen reír por dentro.
Me gusta mi amigo Javi, mi amiga Lara y todos los que están detrás del #DíaAmélie
Me gusta que cada día sea un #DíaAmélie
Porque las cosas pequeñas se disfrutan a diario. Y porque hacer feliz, aunque sea un poco feliz, a la gente, es algo que intento hacer en mi día a día.
Me gusta La Poesía es un Cuento. Y la magia de las palabras.
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