viernes, 10 de febrero de 2012

MARTÍN

Tanto pensaba Martín en ese camino que no va a ninguna parte que un buen día decidió recorrerlo para comprobar, por sí mismo, de qué estaba hecha la ninguna parte.

Ese día Martín se despertó temprano, sabía que el día podía ser duro y quería empezar con la fresca, no fuera a ocurrir que esa ninguna parte estuviese lejos y le pillara aún de camino. Empezó el día igual que todos los demás días. Se levantó, se fue al lavabo, se aseó y se vistió. Primero la ropa interior, luego la camisa y por último el pantalón y su cinto. Se puso los zapatos despacio, primero el derecho y luego el izquierdo. Dejando para el final el perfecto lazo que cierra y adorna cada uno de ellos. Una vez vestido preparó una mochila con algunos víveres, una navaja multifunción, agua y un sombrero para el sol. Era verano y no quería que el sol le dañase la conciencia. Quería tener las ideas claras para poder ver la ninguna parte que buscaba.

Se preparó un desayuno contundente. Un buen zumo recién exprimido, café con leche, pan, aceite del bueno, tomate natural y algo de jamón serrano, que siempre dicen que la proteína se digiere más lentamente y por lo tanto tardará más en volver a tener apetito.

Una vez preparado todo, salió por la puerta de su casa sin dar portazo, no sin antes despedirse de su hermana Martina y de su madre, que le miraban con una mezcla de miedo (ante lo desconocido), incredulidad (¿de verdad va a hacerlo?) y cansancio (a ver si así deja ya esta obsesión maldita).

Empezó a andar a buen ritmo. Aún no eran las 7 de la mañana, estaba amaneciendo. El sol empezaba a despuntar en el horizonte y el cielo se veía claro, limpio. Ni una nube se observaba a lo lejos. "Va a ser un día de calor intenso", pensó Martín "menos mal que he cogido el sombrero". Y se alegró de haberse acordado.

Llegó a la salida del pueblo. Nadie había aún despierto, con lo que nadie, salvo su familia, sería testigo de su decisión. Tomó sin dudarlo el tercer camino, el que no iba a ninguna parte. O eso contaban. Martín se propuso averiguarlo sin más demora.

Andando el camino era de tierra y piedras. Nada había a derecha ni a izquierda, ni vegetación ni ningún animal. Sólo tierra y piedras. Empezó a pensar en lo raro del asunto. El camino que lleva al mar está plagado de diferentes especies animales y vegetales. El camino que va a la ciudad no tiene tanta exuberancia pero también hay algún árbol, algún seto y pájaros, salamandras e insectos diversos. En este camino no había nada de eso. Nada que diera signos de que hubiera cualquier resto de vida, ni siquiera matorrales secos.

El cielo seguía despejado. El sol estaba cada vez más alto y Martín empezó a notar cómo le picaban los rayos. Sacó el sombrero y ajustó bien el ala para evitar que el sol le diera directamente en el rostro. Mentalmente se sonrió y se felicitó por haberse acordado del sombrero. "Sin él este camino sería más difícil de recorrer, pensó".

Como no tenía nada en qué fijar su atención, su mente empezó a retornar al pueblo, a su casa, a su familia. Pensó en su madre. Había enviudado durante la guerra. El padre de Martín fue ajusticiado en una cuneta aunque nunca nadie, es decir, ninguno de los dos bandos, se hizo responsable del suceso. Encontraron el cadáver con dos agujeros de bala y con toda la documentación y el dinero encima. No había podido ser, pues, un robo. Fue uno de esos crímenes que quedarían para la posteridad, sin resolverse jamás. Sin embargo, a la madre de Martín aquel día la vida le cambió. Empezó a vérsela más por el pueblo. Ya no llevaba esos vestidos que le tapaban todo el cuerpo, y la cara la tenía más despejada. Era como si las arrugas le hubieran desaparecido para siempre. Ella nunca supo qué había pasado con su marido, pero poder levantarse por la mañana con la conciencia de que nadie le pegaría ni a ella ni a sus dos pequeños hijos le levantó el optimismo y la fe en la raza humana. Se quien fuera, "el muerto al hoyo" y a seguir adelante. Siempre adelante. Nunca volvió a estar con nadie más, no se le conoció ninguna pareja o pretendiente. Simplemente se la veía feliz cuidando de sus hijos.

Martín tenía unos 6 años cuando su padre desapareció. Nunca tuvo curiosidad por conocer los detalles del seceso. Simplemente empezó a ver el sol con cariño cada mañana, a disfrutar de su, de alguna forma, recién estrenada madre y a sacar las mejores notas de la escuela. Era un niño feliz, según decían todos, cariñoso, muy listo y, eso sí, muy curioso y testarudo.

Levantó la mirada al cielo. Por la posición del sol y el hambre de su estómago debía ser la hora de comer. Sacó el reloj del bolsillo del pantalón y comprobó con satisfacción que, efectivamente, era la hora de comer. Se detuvo. Estaba cansado, le vendría bien descansar sentado. Buscó algo sobre lo que sentarse, o al menos una sombre. Nada. Sólo piedras pequeñas, guijarros, y tierra polvorienta. A derecha e izquierda el horizonte no cambiaba en absoluto. Se encogió de hombros, se ajustó el sombrero y se echó al suelo. Se comió despacio, para que le llenara bien, el bocadillo que se había preparado por la mañana. Lo acompañó de abundante agua, dejando para el resto del camino la fruta, el queso y la mitad del agua que llevaba.

Se decidió a dormitar un poco para retomar fuerzas. Se puso una alarma y se durmió nada más echarse el sombrero sobre los ojos. Exactamente 20 minutos después sonó la alarma. Martín se despertó, recordó dónde estaba y decidió reanudar la marcha rápidamente. Recogió sus cosas, se volvió a colocar el sombrero para el sol y volvió a su camino.

Como seguía sin tener nada que mirar, sus pensamientos volvieron a su familia. Se acordó esta vez de su hermana Martina. Era apenas 15 meses menor que él, y siempre se había preocupado mucho por cuidarla y porque no le faltara nada ni nadie le hiciese ningún daño. Martina era plenamente consciente de lo que su hermano hacía por ella, y siempre fue muy buena chica. Obediente, respetuosa, aplicada en la escuela, quizás incluso más inteligente que Martín. Acababa de ser admitida en la Universidad. No es que fuera muy bonita, pero sus facciones eran equilibradas y agradables, sus curvas justas y bien colocadas. Varios pretendientes la habían acechado, pero queriendo para su hermana una vida fuera de ese pequeño pueblo, Martín se había encargado de espantarlos sin que a Martina pareciese importarle demasiado.

Martín quería que su hermana conociese el mundo, viajase gracias a las becas de la Universidad. Era una chica muy despierta. Se merecía una vida, la que ella quisiese. Por eso quería ofrecerle las oportunidades y los medios para vivirla. Y Martina lo agradecía. Y mucho. Martín lo sabía bien cada vez que ella le miraba y le sonreía y le abrazaba con ternura.

Martín volvió a la realidad que le rodeaba. El sol empezaba a bajar por el horizonte a sus espaldas. Volvió a sacar el reloj de su bolsillo y se dio cuenta de que ya era hora de dar la vuelta, si quería llegar a casa a una hora razonable y evitarle preocupaciones a su madre.

Se paró en el sendero. De nuevo no había nada a su alrededor. Se volvió a sentar en el suelo. Se bebió la mitad del agua que le quedaba reservando un poco para el final. Acabó con los víveres mezclando sin pensar la fruta y el queso. Le hubiera gustado acompañarlo de algo de pan, pero no tenía, así que se conformó. Y reinició el camino de vuelta al pueblo. Había perdido todo un día para comprobar que, efectivamente, el camino no iba a ningún sitio.

En el camino de regreso trató se acelerar un poco el ritmo. Aún así sus pensamientos siguieron en su casa. La casa era lo único que les había dejado en herencia su padre. Pagada completamente. Sólo por eso Martín le estaba agradecido. Aunque el mérito era más de sus difuntos abuelos que de su padre. Pero, bueno, al menos la había sabido conservar.

Él se consideraba un chico feliz. No le interesaban las mujeres, a diferencia de casi todos sus amigos. Tenía la suerte de ser espabilado, y había conseguido ser el funcionario más joven de la comarca al sacarse la plaza de Ayudante del Secretario. Era un trabajo aburrido, la verdad. Muy burocrático y monótono. Pero estaba muy bien remunerado para ser una plaza sin estudios superiores. Además era un trabajo fijo, con buen horario que le daba la oportunidad de seguir jugando al fútbol en su tiempo libre. Ésta era su verdadera pasión. Quería, además, convencer a su madre de que dejase de coser a todas horas y para todo el mundo. Los dedos los tenía ya muy torcidos, y la vista la tenía cada vez peor. Él quería cuidar se su madre por el resto de sus días. Y cuando ella le faltase, ya vería qué hacer.

Casi sin darse cuenta había llegado de nuevo a la salida del pueblo. La madre le recibió con una sonrisa. Su hermana le abrazó con cariño."Y bien - le preguntaron casi al unísono - ¿dónde llegaste?". Martín se encogió de hombros y con un hilo flojo de voz respondió: "A ninguna parte. No he llegado a ninguna parte."

Pasaron los años y Martín seguía obsesionado con ese camino. Había hecho varias excursiones por el mismo. La última vez hasta había conseguido un coche. Pasó fuera todo su mes de vacaciones, conduciendo de día, descansando en el coche, y comiendo gracias a un hogarcillo de gas que le habían prestado. Pero siempre tenía el mismo paisaje a su alrededor. Un terreno árido, con pedruscos y tierra polvorienta. Y nunca llegó a ninguna parte.

2 comentarios:

  1. Éste es otro de los ejercicios del Taller de Creatividad que estoy haciendo. Se trataba de continuar un relato que me he negado a buscar en Internet hasta haber escrito mi continuación.

    El relato es "El camino que no iba a ninguna parte" de Gianni Rodari. Lo he encontrado en este enlace: http://literaturayticjme.blogspot.com/2011/11/gianni-rodari.html

    El comienzo que nos dio la profesora era hasta "Era tan obstinado que empezaron a llamarlo Martín Testarudo, pero él no se enfadaba y continuaba pensando en el camino que no iba a ninguna parte."
    Espero que os guste. Me ha encantado descubrir el final original. Mira que pueden llegar a ser diferentes...

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  2. Me encantó ver todas las opciones diferentes que las alumnas inventaron. El cuento es de Rodari, autor imprescindible para los talleres de Escritura Creativa!
    Y lo más importante, además de los excelentes resultados, lo bien que lo hemos pasado!

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