Otro café
-el segundo de la mañana-
me recibe en la segunda planta del edificio de oficinas.
Éste es algo peor, pero huele a café
y despierta mis sentidos
aún dormidos y pegados a las sábanas de mi cama.
Con el vaso en la mano subo hasta mi planta,
dejo abrigos y bolsas encima de la mesa,
me siento tratando de que ese líquido negro
llegue rápido a mis venas
y me habilite como trabajadora de oficina.
Aún es temprano y mis compañeros van llegando
despertándose, como yo,
poco a poco, como yo,
con el café temprano de una máquina.
Y la luz de la mañana se cuela por la persiana entreabierta
obligándonos a cerrarla para poder trabajar
sin que el destello del sol nos impida ver
las pantallas del ordenador.
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