Que olvidaría el café con rosquilla del Pasaje,
que no volvería a ver más que de paso
el lúpulo inclinando el paisaje,
los maragatos tocando las horas en la Plaza,
el mercadillo de los martes,
los fardos en los márgenes de la carretera,
las lágrimas de San Lorenzo en las eras,
las meriendas con moras y arañas bajando al río,
y la sonrisa de quien te cruzas y sabe de ti,
aunque tú no lo quieras ni lo sepas.
Yo ya creía, amor, que sería una de esas mujeres
que por San Juan queman su pasado,
esperando no repetir pautas y dolores,
y creyendo que los fantasmas
puedes ahuyentarlos y olvidarlos.
Pero un día de invierno,
me trajiste de nuevo el olor a hogaza,
el bizcocho de manzana reineta,
las mantas de lana del Val,
los calcetines hechos por la abuela,
y la certeza de que a la vida hay que darle
más oportunidades de las que crees,
y que nunca es tarde, amor,
para ver atardecer desde la muralla
y con el Teleno nevado en el horizonte.
Pilar Escamilla Fresco
02/06/2019
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