Estoy saliendo de ti lentamente,
pero a paso firme y decidido.
Ya no soy la doncella de catorce años
que sedujiste en una sala de baile,
ya no tengo sus mejillas rosadas
ni su boca aterciopelada.
Tampoco eres tú el apuesto príncipe
que me rescató de la torre más alta
del más inhóspito castillo
de la tierra más árida,
ni tienes el cabello dorado,
ni vas ya en tu corcel mágico.
La vida nos ha metamorfoseado.
Ahora mis caderas son anchas,
sostuvieron cinco infantes
antes de que los echaras de casa;
y mi rostro está marcado con el tiempo
que he perdido a tu lado.
Tú tampoco eres ajeno al cambio.
Las curvas de tu figura se han adaptado
y allí donde se hunde mi cintura
tu vientre se ha abultado.
Además, tu cabeza refleja
la luz de las bombillas que iluminan este cuarto.
Por fin me he armado de fuerzas
y he encontrado la única manera posible
de seguir respirando.
Y huyo de ti para convertirme
en una sombra de tu pasado
para tratar de sonreír cuando vaya al supermercado
para no derramar más lágrimas
para no callar mi voz ni mi legado.
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