Hay una grieta en todo, así es como entra la luz
Leonard Cohen
Vienes a mí con una cicatriz enorme que atraviesa tu mirada. Te miro y soy consciente de que la cicatriz ha sido herida, aunque es o está siendo reparada. Me acuerdo de algo cuyo significado he aprendido recientemente: el arte kintsugi (o kintsukuroi). Este arte habla de la belleza de los objetos reparados, de arreglar las roturas con una resina e impregnarle oro en la grieta. Las roturas, así, forman parte de la historia de los objetos y los embellecen. Pienso que una herida es una rotura. Pienso en tu herida. Hay dolor en ella. Y un silencio manifiesto. Y me siento cercana a ti. Porque yo también sé lo que es romperse un día. Y tratar de sobrevivir cicatrizando a la vez que no sangras pero te dueles.
“La herida es el lugar por donde entra la luz”, lo decía el poeta Rumi. Y sé que quiero colarme en tu cicatriz y quedarme a vivir allí para siempre.
Hubo un día en que todo pareció temblar bajo tus pies. Hay sensaciones que nadie quiere recordar. Te falta el aire. El aire que tantas alegrías te ha dado, el aire que infla tus pulmones, el aire que te alimenta de oxígeno, el aire que te empuja mientras corres. Pero hay un día que ese aire no está a tu alrededor. O al menos tus pulmones no lo respiran. Y tu corazón se desborda. Y todo se te hace inmenso, inmenso, inmenso... Y tú eres cada vez más pequeño. Ése es el día en que sabes que tienes una cicatriz. Pero la cicatriz lleva tiempo abierta, y por ahí brota en vez de sangre, tu vida a borbotones. La magia de una vida que sentías tuya ha desaparecido de golpe, y ya nada es lo que era. Ya nadie es lo que era. Ni tú sabes quién eres. Creías tenerlo todo. Y en un chasquido de dedos, lo perdiste. Tus pies se tambalean. El suelo tiembla y ya no sabes ni si quieres quedarte en pie.
Un puente atraviesa un río vacío. No hay agua. Una herida cruza el cambio de año. No hay sangre. Si no hay agua parece que no hay río. Si no sangras parece que no hay herida. Pero sabes que el río estaba ahí, igual que sabes que la herida está ahí. Aunque no haya ni agua ni sangre. Un puente que recorres a diario con los ojos llenos de ese río ahora desaparecido. Buscando en la luz de una niña un hueco a la esperanza. Es lo que te ata a la tierra y a la vida. El ancla que te da estabilidad y por la que aún no ha virado tu barco hacia ningún acantilado. Y sigues sin poder respirar, sin poder respirar, sin poder respirar…
Hay heridas que parece que nunca dejan de doler. Heridas que nunca olvidas. Heridas que parece que siempre sangrarán dolor al recordarlas. Es importante recordarse que puedes sobreponerte, que puedes seguir adelante, que puedes volver a amar. Sobre esa herida es difícil construir. Pero no imposible. Parece que faltan fuerzas para pelear, para avanzar. Pero ahí están, escondidas tras los ojos marrones de una niña rubia. Esos ojos son la energía que te empuja a alcanzar lo imposible.
Un año después nuestras miradas se cruzan sobre un sofá naranja con gata. Me gusta mirarte de perfil. La herida ha cicatrizado, pero sigue ahí. Hay oro en el reguero del río. “Has de saber -te digo- que deseo abrazarte y recorrer con las yemas de mis dedos todos tus caminos”.
De Haragayato - Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, Enlace
Más información sobre el Kintsugi: https://es.wikipedia.org/wiki/Kintsugi
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