miércoles, 20 de septiembre de 2017

Café, cigarro y piel

Tu imagen me persigue cada vez que cierro los ojos y me abrazo a mí misma en silencio. Tú sabías abrazarme y calmarme como pocas personas han sabido hacerlo. Hoy es tu cumpleaños, y ya no estás aquí para celebrarlo, pero yo sigo hablando contigo. Cierro los ojos y te llamo, y me explicas ese pasado que yo desconozco, y pones un punto de razón sobre todo aquello que me descoloca y me rompe a diario. Sé que en algún momento de tu vida te rompiste tan profundamente que nada ni nadie fue capaz de arreglarte. Siempre de pie, con un café en la mano, en la otra un cigarro encendido. Un saco de huesos y piel, me dices, dame cuarto y mitad y compartimos tu exceso con mi defecto. Y nos reímos. Te acaricio. Estás áspera y suave a la vez. ¿Cómo es posible? Porque tú estás llena de belleza que no eres capaz de ver. Me dices: "Pili, aplícate el cuento". Hablamos de dormir. Te digo que el sueño es algo que involuntariamente nos aleja de nuestros monstruos. "O nos acerca", me dices. No sé si tus pesadillas eran eso. Para mí mis pesadillas existen mientras estoy despierta. Pero tú siempre me decías que no, que las llevamos siempre dentro.

Tengo muchas imágenes de ti en mí. Tantas que no sé por dónde empezar. Tu boda y yo enseñando presumida ese anillo que por fin estrenaba. Tú embarazada, Javier corriendo por las calles de San Román y Astorga junto con mi hermana Ana. Tú enseñándome tus casettes de Pimpinela, Jeanette y Charles Aznavour. Yo cantando contigo. Las dos desafinando. Descubro un poema en una postal dentro de uno de tus libros. "¿Es tuyo?", te pregunto. "No, querida", me dices "yo no tengo ningún talento". Mientes, Bego, mientes y lo peor es que no lo sabes. Tienes millones de talentos y has dejado agujeros tan profundos en todos nosotros que no podrán taparse jamás. Pero porque no queremos taparlos. Porque todos querríamos que siguieras a nuestro lado, recorriendo las Ramblas mientras nos reímos de quienes llevan colonia de pijos o vestidos imposibles. Eres mi ángel, lo sé. Me enseñaste mucho, aunque no lo pudieras saber o quisieras creer. Me enseñaste a ser valiente. A enfrentarme a mis miedos. Me diste las ganas de vivir que a ti te faltaban. Me enseñaste a mirar la vida por todos los lados. Me enseñaste el Romance del Conde Olinos. Me enseñaste a leer poesía en las estanterías llenas de libros de historia del abuelo. Me enseñaste a buscar más allá de lo que vemos. Me enseñaste la rabia. Me enseñaste la resignación. Pero acompañada de ganas de luchar. Me enseñaste a no rendirme. Me enseñaste la lasaña y los fideos de arroz con verduras. Si soy adicta al café creo que es por ti. Me enseñaste a llorar, llorar suave, llorar callado, llorar alto, llorar a gritos, llorar de cualquier forma, pero llorar. Te dolía la vida a la vez que la amabas. Amabas respirar mientras fumabas y te lanzabas de cabeza, directa, a estrujar esos pulmones que te alejaron de todos los que te queremos y seguimos pensando en ti tantas veces que pareciera que no te has ido, pero lo hiciste, lo hiciste. Y duele saberte ausente.

Allá donde estés quiero que sepas que no te hemos olvidado, ninguno. Tu hijo es un hombre bueno, hermoso, trabajador y feliz. Ha encontrado la paz y el amor. Yo sigo con mis luchas, pero voy venciendo poco a poco a mis demonios. Me gustaría que vieras en qué me he convertido, todo lo que he conseguido y estoy consiguiendo. Me gustaría que conocieras a mi hija ahora que ya no es un bebé, la adorarías. Y te alucinaría como me alucina a mí. Te consideré siempre mi hermana mayor. Eras mi madrina, mi dulce hada madrina. En los días y las noches, protegiéndome sin saberlo, sabiéndote a mi lado y sintiéndote cerca. Que sepas que toda esa oscuridad que te tragabas no podía apagar el enorme corazón que tenías. Pero sí apagó tus pulmones. No puedo evitar pensar que hoy cumplirías 60 años y que tenemos que celebrarlo, joder, porque 60 años es una edad increíble. Pero no estás aquí para celebrarlo. En cambio aquí estoy yo, de madrugada, llorando porque quiero abrazarte una última vez. Como aquel fin de semana que me escapé a tu casa a la espalda de la Sagrada Familia para verte en ese hospital donde te consumías. Y lloraste como una niña pequeña al verme porque no me esperabas. Y te abracé pensando que quizás no volvería a hacerlo... Y no volví a hacerlo... no a ese cuerpo menudo, pequeño, frágil que siempre me miraba con más amor del que yo creía merecer. Y en eso somos tan iguales: amamos tanto a los demás que nos olvidamos de amarnos a nosotras. Pero las coincidencias entre tú y yo no se quedan ahí. La enuresis nocturna que tanto tiempo se me ocultó que tú también padeciste tantos años. El amor imposible. La culpabilidad. La fusta interna que hace que seamos culpables de cualquier desastre que ocurra. El miedo. Pero la sonrisa para los demás, el abrazo incondicional y esa inmensa facilidad de escuchar y querer, de amar a pesar de todo, gracias a todo.

Una de las últimas frases que me dijiste fue para mí una de las más importantes de mi vida: "Pilar, cariño, no hagas con la comida lo que yo he hecho con el tabaco.". Y a punto he estado de fallarte. Pero no lo haré, no lo haré. Porque allá donde estés quiero que mires con orgullo que yo de ti he aprendido lo que no llegaste a creer nunca: las ganas de vivir.


Te echo de menos. Siempre te echaré de menos. Y nunca, nunca, nunca dejaré de quererte.

Autora: lolitpop (Isabel)
Más ilustraciones sobre la depresión: depression illustrations.

Más relatos de esta colección:  Amor, neurosis y vida
Mi playlist de Spotify sobre estos posts hoy ha crecido un poco más: Neurosis.

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