Situación: vamos mi hija y yo caminando hacia el Parque del Retiro y alguien ha tirado una colilla aún encendida al suelo. Mi hija, de 4 años, la mira con detalle. Me agarra de la manga para que me agache y me dice con secretismo:
- Mamá, creo que he descubierto al hombre invisible, chiiissss, no mires pero está allí. Mira el cigarro, está echando humo y no veo a nadie fumando.
Desde luego, esta niña tiene una imaginación desbordante. A continuación, me tocó desempeñar el rol de madre educadora: no, hija, en verdad es que alguien ha hecho algo muy mal, ha tirado una colilla encendida al suelo y eso está mal, es suciedad (hay que tirarlo todo a la basura) y es peligroso (hay que tirar las colillas apagadas siempre) porque ahora alguien pasa por ahí, no lo ve y puede quemarse el pie (sandalias muy abiertas, perros paseando, etc.).
Me siento como una aguafiestas de la imaginación, intento arreglarlo. Pero: hubiera sido estupendo que fuera el Hombre Invisible, ¿verdad? Vamos a prestar mucha atención por si le vemos en algún otro lado. Hay que ser muy observador y no perder detalle. ¿Hacemos de investigadoras? Y así estuvimos un rato por la tarde tratando de averiguar el paradero del Hombre Invisible. No nos quedó claro, no obstante, si dicho ser tiene o no tiene sombra.
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