martes, 20 de mayo de 2008

Vivir adrede, de Mario Benedetti

Recientemente he tenido el placer de disfrutar de la lectura de Vivir adrede, el último libro que he adquirido de mi autor favorito. Ha sido, como siempre, un descubrimiento fascinante. Quiero destacar unos pocos párrafos que a mí, en particular, me han gustado mucho. Espero que os anime a leer el libro.
La sencillez es una de las virtudes más complicadas de este viejo mundo. Cuando uno es sencillo (en su habla, en sus actos, inlcuso en su poesía) corre el incómodo riesgo de ser tomado por tonto, por babieca.

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Me aferro al tiempo como si pudiera sujetarlo.


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La realidad es un manojo de poemas sobre los cuales nadie reclama derechos de autor. Debajo de cada piedra, de cada baldosa, se esconde un poema.


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Las cosas que nos faltan, cuántas cosas. Las que quedaron en el camino o nunca accedieron a él. Quien más, quien menos, todos llevamos una filatelia de las ausencias.


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Hay partidas, adioses de los que no volvieron ni volverán. Aun en las mejores y conquistadas alegrías, sobreviene de pronto un vacío y nos quedamos taciturnos, solos, tiernamente desolados.


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Faro es una torre que vigila, pero a veces es el brillo de tus ojos.
Cuando es torre, ilumina alrededores. Cuando es tu miradita, a veces nos incendia.
Si hay apagón, la torre es una antorcha, y si bajas los párpados, también hay apagón.
La luz es luz, donde quiera se encienda. El sol es otro faro; también faro es la luna.
El faro de tus ojos cuando amanece ansioso lanza dardos de amor, pero lo recupera, quizás, para saber qué ensueños traen consigo.
El faro de la torre construye una memoria, que sobrevive a nubes y bombardas. Pero en el de tus ojos, si hay horas en que llora, en cada lágrima siempre algo nos alude y nos vemos culpables.
La gran torre encandila a pobres inexpertos. La de tus ojos fulge y a menudo nos ciega.
Torre y ojos son faros, uno y otros nos guían, vaya a saber por dónde y hacia dónde. No obstante, y pese a todo, odio los apagones. Más vale encandilarse antes que andar a oscuras.


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Cada ser humano es una isla. En el mejor de los casos, pertenece a un archipiélago.


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El amor une a las islas como una corriente. A veces dos islas copulan y nace un islote.


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