domingo, 29 de enero de 2006

El beso sigue siendo la mejor terapia contra la depresión

4 de enero de 2006, 21h 47
LONDRES (AFP)


El beso -tema de boleros, inolvidables fotografías y apasionadas escenas en la pantalla-, es la mejor terapia, principalmente para superar las depresiones que caracterizan el mes de enero, reveló una organización británica este martes.

El beso "estimula la parte del cerebro que libera endorfinas en el torrente sanguíneo creando una sensación de bienestar", afirmó la principal agencia de terapia sexual británica, Relate, con sede en Londres.

Las endorfinas son los opiáceos naturales del organismo, cuya liberación en el cerebro provoca una sensación placentera, actuando como antídoto para la depresión.

Recordando que los beneficios para la salud de la liberación de endorfinas provocada por un beso han generado ya innumerables documentos científicos, la organización británica hace un llamamiento a que las personas se besen más para combatir el desánimo que invade a muchos tras las fiestas navideñas y el fin de año.

Estudios anteriores demuestran que las parejas en el Reino Unido "no invierten mucho tiempo en besarse", sino que cada vez más sus horas están consagradas al trabajo, escribe Relate, especializada en terapia sexual y en asesoramiento psicológico a parejas.

En un documento titulado 'El beso francés cuando el tiempo es gris', la organización enfatiza que los besos que aportan más beneficios para la salud y para combatir las tristezas no en los que sólo se juntan los labios, sin mucha pasión o emoción.

Mientras más "excitantes" y apasionados sean los besos, "más adrenalina es liberada en la sangre", y mayores son los beneficios para la salud, asegura la organización británica.

La sexóloga británica Denise Knowles, que trabaja como asesora de terapia sexual en Relate, indica que los beneficios para la salud provocados por un beso apasionado se explican porque una fuerte liberación de adrenalina provoca un aumento de la tensión arterial y del ritmo cardíaco.

Knowles lamenta por eso que frecuentemente el beso es relegado en las relaciones de pareja, en una sociedad donde la gente busca sobre todo tener "buen sexo".

La sexóloga exhorta a las parejas a que, así como pagan las deudas navideñas, cancelen también las "deudas emocionales" pendientes, empezando a pagarlas...con un beso.

(Artículo de prensa sacado del este enlace)

martes, 24 de enero de 2006

Muere lentamente

Muere lentamente
quien no viaja.
Muere lentamente
quien destruye su amor propio,
quien no se deja ayudar.
Muere lentamente
quien se transforma en esclavo del hábito
repitiendo todos los días los mismos trayectos;
quien no cambia de marca
o no se atreve a cambiar el color de su vestimenta
o bien no conversa con quien no conoce.
Muere lentamente
quien evita una pasión y su remolino de emociones;
justamente éstas que regresan el brillo a los ojos
y restauran corazones destrozados.
Muere lentamente
quien no gira el volante
cuando está infeliz con su trabajo o su amor.
Quien no arriesga
lo cierto ni lo incierto para ir detrás de un sueño.
Quien no se permite
ni siquiera una vez en su vida
huir de los consejos sensatos.
Vive hoy!
Arriesga hoy!
Hazlo hoy!
No te dejes morir lentamente.


[atribuido a] Pablo Neruda

(Gracias a mi hermanito por compartir conmigo estos textos que circulan por la red)

viernes, 20 de enero de 2006

Santa Ángela

Hoy es Santa Ángela, según el calendario. Y no he podido evitar acordarme de un mágico cuento de Don Mario...


El sexo de los ángeles

Una de las más lamentables carencias de información que han padecido los hombres y mujeres de todas las épocas, se relaciona con el sexo de los ángeles. El dato, nunca confirmado, de que los ángeles no hacen el amor, quizá signifique que no lo hacen de la misma manera que los mortales.

Otra versión, tampoco confirmada pero más verosímil, sugiere que si bien los ángeles no hacen el amor con sus cuerpos (por la mera razón de que carecen de los mismos) lo celebran en cambio con palabras, vale decir con las adecuadas.

Así, cada vez que Angel y Angela se encuentran en el cruce de dos transparencias, empiezan por mirarse, seducirse y tentarse mediante el intercambio de miradas que, por supuesto, son angelicales.

Y si Angel, para abrir el fuego, dice: "Semilla", Angela, para atizarlo, responde: "Surco". El dice: "Alud" y ella, tiernamente: "Abismo".

Las palabras se cruzan, vertiginosas como meteoritos o acariciantes como copos.

Angel dice: "Madero". Y Angela: "Caverna".

Aletean por ahí un Angel de la Guarda, misógino y silente, y un Angel de la Muerte, viudo y tenebroso. Pero el par amatorio no se interrumpe, sigue silabeando su amor.

El dice: "Manantial". Y ella: "Cuenca".

Las sílabas se impregnan de rocío y, aquí y allá, entre cristales de nieve, circulan el aire y su expectativa.

Angel dice: "Estoque", y Angela, radiante: "Herida". El dice: "Tañido", y ella: "Rebato".

Y en el preciso instante del orgasmo ultraterreno, los cirros y los cúmulos, los estratos y nimbos, se estremecen, tremolan, estallan, y el amor de los ángeles llueve copiosamente sobre el mundo.

Mario Benedetti

domingo, 15 de enero de 2006

Tiene sentido

No hay nada quijotesco ni romántico en querer cambiar el mundo.
Es posible.
Es el oficio al que la humanidad se ha dedicado desde siempre.
No concibo mejor vida que la dedicada
a la efervescencia, a las ilusiones, a la terquedad
que niega la inevitabilidad del caos y la desesperanza.
Nuestro mundo, lleno de potencialidades
es y será
el producto del esfuerzo
que nosotros, sus habitantes, le entregamos.


Igual que la vida surgió de acomodos y reacomodos,
la organización social que nos lleve
a la plena realización de nuestro potencial como especie
surgirá de flujos y esfuerzos que hacemos, como conjunto,
en las diversas regiones del planeta.


El futuro es una construcción que se realiza en el presente,
y por eso concibo la responsabilidad con el presente
como la única responsabilidad seria con el futuro.
Lo importante no es que uno mismo vea
Todos sus sueños cumplidos,
Sino seguir, empecinados, soñándolos.
Tendremos nietos,
y ellos hijos a su vez.
El mundo continuará y su rumbo no nos resultará ajeno.
Lo estamos decidiendo nosotros cada día,
nos demos cuenta o no.


Gioconda Belli (Nicaragua)

lunes, 9 de enero de 2006

Alrededores

Normalmente te rodean seres
grises negros azules marrones…
Hablas con ellos a diario,
los saludas, los conoces –pero por encima-.
Te acostumbras a sus miradas sin sueños.
Pero un día uno de esos seres
Te saluda con una nota de color en su ropa
en su mirada
en sus palabras…
Entonces te sorprendes de mostrarte sorprendida
y sonríes.

domingo, 8 de enero de 2006

Oliendo a café

Otro café
-el segundo de la mañana-
me recibe en la segunda planta del edificio de oficinas.
Éste es algo peor, pero huele a café
y despierta mis sentidos
aún dormidos y pegados a las sábanas de mi cama.


Con el vaso en la mano subo hasta mi planta,
dejo abrigos y bolsas encima de la mesa,
me siento tratando de que ese líquido negro
llegue rápido a mis venas
y me habilite como trabajadora de oficina.


Aún es temprano y mis compañeros van llegando
despertándose, como yo,
poco a poco, como yo,
con el café temprano de una máquina.


Y la luz de la mañana se cuela por la persiana entreabierta
obligándonos a cerrarla para poder trabajar
sin que el destello del sol nos impida ver
las pantallas del ordenador.

sábado, 7 de enero de 2006

9 A.M.

El día se diluye en la mañana mientras yo me alejo de casa.
El tráfico devora las horas
destrozando nervios
anulando deseos…

Un Ángel negro vigila los sueños de los que aún duermen
y los que deseamos estar no despiertos cerramos los ojos
llamándole calladamente en la distancia.

El Ave Fénix resucitó de entre sus cenizas,
y Madrid resucita cada día de entre sus calles de polvo ceniciento.

Si recorro las calles aún dormida buscando la oficina
no es por placer,
es porque el deber llama a mi conciencia cada mañana
recordándome que el trabajo me espera
mientras mi mirada desespera
por perderse entre las sombras que no despiertan.

Ocho y diez

Suburbano, metropolitano, tren subterráneo…
Da igual cómo te llamen.
Para mí eres el gusano
que me lleva todos los días al trabajo
rodeada de rostros dormidos y cansados
a pesar, o a consecuencia, de lo temprano.

Ocho de la mañana

Al cerrar la puerta de mi casa
tras mi sombra
y con llave
trato de dejar encerrados
ahí los suspiros
los sueños
los anhelos…
Porque cuando cojo el ascensor
cada mañana
para salir a esta hora temprana a la calle
que está empezando a despertar
dejo atrás la pereza
un poco olvidada.

Siete de la mañana

La noche aún cabalga por las calles
casi desiertas de esta ciudad
que crece ruidosamente a mi alrededor.
Suena el despertador
Y mi día comienza antes de que la luz
empiece a formar sombras sobre el asfalto.
El olor del café llega a mí desde la cocina
y la pereza vuelve mis miembros pesados.
Aún somnolienta, aún desnuda,
dejo que la ducha borre de mi memoria
esos sueños que persistentemente
siguen llamando con fuerza a mi puerta cada noche.
Y esa agua limpia y hace correr las telarañas hacia el desagüe.
Aún es temprano,
y el café de todos los días despeja mi conciencia
y la centra en la rutina apagada de todas las mañanas.

Trato de conciliar el sueño

Trato de conciliar el sueño
de dormir para despertar
de descansar para trabajar
para hacer frente a las largas jornadas
de trabajo gris en la oficina.
Pero algo me despierta,
mi mano ha cobrado voz propia,
se transforma en un ser extraño
en un ave que vuela sola,
que vuelca sus sueños en un cuaderno,
a la luz de la vela,
en un secreter barroco.
Y sin embargo, esos sueños son extraños
y no soy capaz de asociarlos con los ojos que lo leen…
Escalas del color del sueño que tienen
música
y vida
propias…

viernes, 6 de enero de 2006

LAS LITERATAS, por Rosalía de Castro

CARTA A EDUARDA


Mi querida Eduarda:


¿Seré demasiado cruel, al empezar esta carta, diciéndote que la tuya me ha puesto triste y malhumorada? ¿Iré a parecerte envidiosa de tus talentos, o brutalmente franca, cuando me atrevo a despojarte, sin rebozo ni compasión, de esas caras ilusiones que tan ardientemente acaricias? Pero tú sabes quién soy, conoces hasta lo íntimo mis sentimientos, las afecciones de mi corazón, y puedo hablarte.


No, mil veces no, Eduarda; aleja de ti tan fatal tentación, no publiques nada y guarda para ti sola tus versos y tu prosa, tus novelas y tus dramas: que ése sea un secreto entre el cielo, tú y yo. ¿No ves que el mundo está lleno de esas cosas? Todos escriben y de todo. Las musas se han desencadenado. Hay más libros que arenas tiene el mar, más genios que estrellas tiene el cielo y más críticos que hierbas hay en los campos. Muchos han dado en tomar esto último por oficio; reciben por ello alabanzas de la patria, y aunque lo hacen lo peor que hubiera podido esperarse, prosiguen entusiasmados, riéndose, necios felices, de los otros necios, mientras los demás se ríen de ellos. Semejantes a una plaga asoladora, críticos y escritores han invadido la tierra y la devoran como pueden. ¿Qué falta hacemos, pues, tú y yo entre ese tumulto devastador? Ninguna y lo que sobra siempre está demás. Dirás que trato esta cuestión como la del matrimonio, que hablamos mal de él después que nos hemos casado; mas puedo asegurarte, amiga mía, que si el matrimonio es casi para nosotros una necesidad impuesta por la sociedad y la misma naturaleza, las musas son un escollo y nada más Y, por otra parte, ¿merecen ellas que uno las ame? ¿No se han hecho acaso tan ramplonas y plebeyas que acuden al primero que las invoca, siquiera sea la cabeza más vacía? juzga por lo que te voy a contar.


Hace algún tiempo, el barbero de mi marido se presentó circunspecto y orgullosamente grave. Habiendo tropezado al entrar con la cocinera, le alargó su mano y la saludó con la mayor cortesía, diciendo: «A los pies de usted, María: ¿qué tal de salud?,» «Vamos andando --le contestó muy risueña--, ¿y usted, Guanito?» «Bien, gracias, para servir a usted.» «¡Qué fino es usted, amigo mío! --añadió ella, creyéndose elevada al quinto cielo porque el barberillo le había dado la mano al saludarla y se había puesto a sus pies --. ¡Cómo se conoce que ha pisado usted las calles de La Habana! Por aquí, apenas saben los mozos decir más que buenos días.»


-- ¡Cómo se conoce que vienes de aquella tierra! --exclamé yo para mí--. Tú ya sabes, Eduarda, cuál es aquella tierra..., aquella feliz provincia en donde todos, todos (yo creo que hasta las arañas) descienden en línea recta de cierta antigua, ingeniosa y artística raza que ha dado al mundo lecciones de arte y sabiduría.


--¿Cómo no ha venido usted más antes? --le preguntó mi marido algo serio. ¿No sabía usted que le esperaba desde las diez?


--Cada cual tiene sus ocupaciones particulares --repuso el barbero con mucho tono y jugando con el bastón-- Tenía que concluir mi libro y llevarlo a casa del impresor, que ya era tiempo.


--¿Qué libro?--repuso mi marido lleno de asombro.


--Una novela moral, instructiva y científica que acabo de escribir, y en la cual demuestro palpablemente que el oficio de barbero es el más interesante entre todos los oficios que se llaman mecánicos, y debe ser elevado al grado de profesión honorífica y titulada, y trascendental por añadidura.


Mi marido se levantó entonces de la silla en que se sentara para ser inmolado, y cogiendo algunas monedas, se las entregó al barbero, diciendo:


--Hombre que hace tales obras no es digno de afeitar mi cara --y se alejó riendo fuertemente; pero no así yo, que, irritada contra los necios y las musas, abrí mi papelera y rompí cuanto allí tenía escrito, con lo cual, a decir verdad, nada se ha perdido.


Porque tal es el mundo, Eduarda: cogerá el libro, o, mas bien dicho, el aborto de ese barbero, a quien Dios hizo más estúpido que una marmota, y se atreverá a compararlo con una novela de Jorge Sand.


--Yo tengo leídas muchas preciosas obras -- me decía un día cierto joven que se tenía por instruido--. Las tardes de la Granja y el Manfredo de Byron; pero, sobre todo, Las tardes de la Granja me han hecho feliz.


--Lo creo -- le contesté y mudé de conversación.


Esto es insoportable para una persona que tenga algún orgullo literario y algún sentimiento de poesía en el corazón; pero sobre todo, amiga mía, tú no sabes lo que es ser escritora. Serlo como Jorge Sand vale algo; pero de otro modo, ¡qué continuo tormento!; por la calle te señalan constantemente, y no para bien, y en todas partes murmuran de ti. Si vas a la tertulia y hablas de algo de lo que sabes, si te expresas siquiera en un lenguaje algo correcto, te llaman bachillera, dicen que te escuchas a ti misma, que lo quieres saber todo. Si guardas una prudente reserva, ¡qué fatua!, ¡qué orgullosa!; te desdeñas de hablar como no sea con literatos. Si te haces modesta y por no entrar en vanas disputas dejas pasar desapercibidas las cuestiones con que te provocan, ¿en dónde está tu talento?; ni siquiera sabes entretener a la gente con una amena conversación. Si te agrada la sociedad, pretendes lucirte, quieres que se hable de ti, no hay función sin tarasca. Si vives apartada del trato de gentes, es que te haces la interesante, estás loca, tu carácter es atrabiliario e insoportable; pasas el día en deliquios poéticos y la noche contemplando las estrellas, como don Quijote. Las mujeres ponen en relieve hasta el más escondido de tus defectos y los hombres no cesan de decirte siempre que pueden que tina mujer de talento es una verdadera calamidad, que vale más casarse con la burra de Balaam, y que sólo una tonta puede hacer la felicidad de un mortal varón.


Sobre todo los que escriben y se tienen por graciosos, no dejan pasar nunca la ocasión de decirte que las mujeres deben dejar la pluma y repasar los calcetines de sus maridos, si lo tienen, y si no, aunque sean los del criado. Cosa fácil era para algunas abrir el armario y plantarle delante de las narices los zurcidos pacientemente trabajados, para probarle que el escribir algunas páginas no le hace a todas olvidarse de sus quehaceres domésticos, pudiendo añadir que los que tal murmuran saben olvidarse, en cambio, de que no han nacido más que para tragar el pan de cada día y vivir como los parásitos.


Pero es el caso, Eduarda, que los hombres miran a las literatas peor que mirarían al diablo, y éste es un nuevo escollo que debes temer tú que no tienes dote. únicamente alguno de verdadero talento pudiera, estimándote en lo que vales, despreciar necias y aun erradas preocupaciones; pero... ¡ay de ti entonces!, ya nada de cuanto escribes es tuyo, se acabó tu numen, tu marido es el que escribe y tú la que firmas.


Yo, a quien sin duda un mal genio ha querido llevar por el perverso camino de las musas, sé harto bien la senda que en tal peregrinación recorremos. Por lo que a mí respecta, se dice muy corrientemente que mi marido trabaja sin cesar para hacerme inmortal. Versos, prosa, bueno o malo, todo es suyo; pero, sobre todo, lo que les parece menos malo y no hay principiante de poeta ni hombre sesudo que no lo afirme. ¡De tal modo le cargan pecados que no ha cometido! Enfadosa preocupación, penosa tarea, por cierto, la de mi marido que costándole aún trabajo escribir para sí (porque la mayor parte de los poetas son perezosos), tiene que hacer además los libros de su mujer, sin duda con el objeto de que digan que tiene una esposa poetisa (esta palabra ya llegó a hacerme daño) o novelista, es decir, lo peor que puede ser hoy una mujer.


Ello es algo absurdo si bien se reflexiona, y hasta parece oponerse al buen gusto y a la delicadeza de un hombre y de una mujer que no sean absolutamente necios... Pero ¿cómo cree que ella pueda escribir tales cosas? Una mujer a quien ven todos los días, a quien conocen desde luna, a quien han oído hablar, y no andaluz, sino lisa y llanamente como cualquiera, ¿puede discurrir y escribir cosas que a ellos no se les han pasado nunca por las mientes, y eso que han estudiado y saben filosofía, leyes, retórica y poética, etc.? Imposible; no puede creerse a no ser que viniese Dios a decirlo. ¡Si siquiera hubiese nacido en Francia o en Madrid! Pero ¿aquí mismo?... ¡Oh!...


Todo esto que por lo general me importa poco, Eduarda, hay, veces, sin embargo, que me ofende y, lastima mi amor propio, y he aquí otro nuevo tormento que debes añadir a los ya mencionados.


Pero no creas que para aquí el mal, pues una poetisa o escritora no puede vivir humanamente en paz sobre la tierra, puesto que, además de las agitaciones de su espíritu, tiene las que levantan en torno de ellas cuantos la rodean.


Si te casas con un hombre vulgar, aun cuando él sea el que te atormente y te oprima día y noche, sin dejarte respirar siquiera, tú eres para el mundo quien le maneja, quien le lleva y trae, tú quien le manda; él dice en la visita la lección que tú le has enseñado en casa, y no se atreve a levantar los ojos por miedo a que le riñas y todo esto que redunda en menosprecio de tu marido, no puede menos de herirte mortalmente si tienes sentimientos y dignidad, porque lo primero que debe cuidar una mujer es de que la honra y la dignidad de su esposo rayen siempre tan alto como sea posible. Toda mancha que llega a caer en él cunde hasta ti y hasta tus hijos: es la columna en que te apoyas y no puede vacilar sin que vaciles, ni ser derribada sin que te arrastre en su caída.


He aquí, bosquejada deprisa y a grandes rasgos, la vida de una mujer literata. Lee y reflexiona; espero con ansia tu respuesta.


-- Tu amiga, Nicanora.


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Paseándome un día por las afueras de la ciudad, hallé una pequeña cartera que contenía esta carta. Parecióme de mi gusto, no por su mérito literario, sino por la intención con que ha sido escrita, y por eso me animé a publicarla. Perdóneme la desconocida autora esta libertad, en virtud de la analogía que existe entre nuestros sentimientos.